jueves, 5 de julio de 2012

Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 9


Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke
Capitulo 9


La hora en una invitación sirve a un propósito.
Una dama refinada nunca llega tarde.


Un tratado por la más exquisita de las damas


Sin duda, ninguna comida es más suntuosa que la servida con un matrimonio en mente...

—La hoja del escándalo, Octubre 1823

Él era el último en llegar a la cena. Deliberadamente.

Simón saltó de su coche y se dirigió hacia las escaleras de la Casa Ralston, a sabiendas de que estaba cometiendo una grave violación a la etiqueta. Pero él todavía se sentía totalmente manipulado en asistir a la cena, por lo que sintió un placer perverso en saber que él llegaba varios minutos tarde. Él, por supuesto, debía dar sus disculpas, pero Juliana sabría inmediatamente que no tenía ningún interés en ser manipulado por una mujer impetuosa.
Él era el duque de Leighton. Que no se le olvidara.
No pudo evitar la ola de triunfo que corrió por él cuando la puerta se abrió, revelando la entrada grande y vacía de la casa Ralston, lo que demostraba  que ya había comenzado  la cena y que habían comenzado sin él.
Entrando a la casa, le entregó su sombrero, capa y guantes a un lacayo cercano antes de dirigirse a la amplia escalera central que daba lugar al segundo piso y al comedor. La conversación tranquila que venía de escaleras arriba se hizo más fuerte al acercarse, finalmente, giró por el largo pasillo, iluminado y entró en el gran comedor, donde los comensales estaban esperando para comenzar la cena.
Habían celebrado esa cena en su honor.
Eso lo hizo sentirse como un asno.
Por supuesto, nadie parecía estar particularmente interesado en esperarlo. De hecho, todo el mundo parecía estar pasándolo maravillosamente, especialmente el grupo de caballeros elegibles  que estaban en un círculo apretado alrededor de Juliana, de la que lo único que Simón podía ver de ella eran los rizos de ébano brillantes apilados en la parte superior de su cabeza.
Al instante, el motivo de la cena se hizo evidente.
La Señora Ralston estaba jugando de casamentera.
El pensamiento fue interrumpido por una ráfaga fuerte de  risa que provenía del grupo, su  fuerte, encantadora, y femenina risa se distinguía de las otras–bajas y demasiado masculinas. La colección de sonidos llevó a Simón al límite. No esperaba esto.
Y se encontró con que no le gustaba.
–Felizmente decidiste unirte a nosotros?, Leighton. –
Las palabras sarcásticas de Ralston sacaron a Simón de su ensueño. Hizo caso omiso del marqués, y volvió su atención a Lady Ralston. –Le pido disculpas, mi señora. –
La marquesa era todo bondad.
–No hace falta, Su Gracia. De hecho, el tiempo extra  nos ha ofrecido a todos la oportunidad de charlar. –
El recordatorio de la colección de los hombres que rodeaban implacablemente a Juliana volvió su atención hacia allí, y vio, cuidadosamente ocultando sus pensamientos como un primer  hombre, y luego los siguientes  se despegaban del grupo a sentarse– dejando en última instancia sólo al conde de Allendale ofreciéndole su brazo a Juliana.
Vestida con el traje más magnífico que Simón hubiera visto nunca.
No era de extrañar que los otros hubiesen estado tan extasiados.
El vestido era un escándalo en sí mismo, de seda del color de la medianoche que brillaba a su alrededor bajo la luz de las velas, dándole la ilusión de estar envuelto en el cielo nocturno. Era una combinación de los más oscuros rojos y azules y morados que daban la apariencia de que llevaba el más rico de los colores y al mismo tiempo no había ningún color en absoluto. El corpiño estaba cortado  demasiado bajo, mostrando una amplia extensión de su piel de color blanco cremoso, claro, prístino y tentador–que le hacía desear que se acercara. Para poder tocarla.
Llevaba el vestido con una audaz confianza que ninguna otra mujer en la sala–ni en todo Londres–habría sido capaz de lucir.
Ella sabía que vestir de negro podría causar una escena. Sabía que iba a hacer que la miraran como una diosa. Sabía que podía dirigir a un hombre– manipularlo a él mismo– llevarlo a desear nada más que despojarla de ese  glorioso vestido y reclamarla.
Simón sacudió ese pensamiento incorrecto  de su cabeza y le inundó  un intenso impulso de quitarse el abrigo y ponérselo a ella como un escudo a las miradas codiciosas de los otros hombres.
Seguramente Ralston sabía que este vestido era totalmente inadecuado. Seguramente sabía que su hermana estaba alentando el peor tipo de atenciones. Simón pasó una mirada sobre el fresco marqués, sentado a la cabecera de la mesa, con la apariencia de  saber tal cosa.
Y luego, Juliana  fue pasando a su lado, como  un susurro de  seda y grosellas rojas, acompañada por el conde de Allendale, para tomar su propio asiento en el centro del banquete extenso y pródigo, sonriendo a los caballeros congregados en la mesa, quienes inmediatamente dirigieron su atención hacia ella.
Quería tomar  a cada uno de los hombres y retarlos por sus miradas impropias.
Tendría que haber rechazado la invitación.
Cada momento que estaba con esta mujer impetuosa, e imposible, sentía que su control se dormía.
Él no  estaba preocupado por esa sensación.
Él se sentó al lado de la marquesa de Ralston, en el lugar de honor que se había reservado para él como el duque invitado que no era familiar. Pasó los tres primeros cursos de una conversación cortés con Lady Ralston, Rivington, y su hermana, lady Margaret Talbott. Mientras comían, Simón intentó hacer caso omiso de la actividad en el centro de la mesa, donde un grupo de caballeros, que superaban en número a las mujeres en la cena–intentaba llamar la atención de Juliana.
Era imposible para él hacer caso omiso de Juliana, sin embargo, mientras ella se reía y bromeaba con los otros hombres alrededor de la mesa, regalándoles  su amplia sonrisa, y su bienvenida con  los ojos brillantes. En su lugar, mientras que la mitad participaba en la conversación junto a él, Simón seguía en silencio todos sus movimientos. Ella se inclinó hacia los hombres al frente de ella en la mesa–Longwood, Brearley, y
West, cada una sin título y hechos a sí mismos–, cada uno de ellos trantando más fuerte que el otro de obtener su atención.
West, el editor de la Gaceta, la estaba entreteniendo con una historia estúpida sobre un periodista y un carnaval en la calle.
“– Voy a decir esto, al menos, él le devolvió el sombrero!¨ –
–El sombrero del reportero? – Longwood le preguntó, como si los dos estatuvieran en un espectáculo ambulante.
–La gorra del oso! –
Juliana estalló en risas junto con el resto del tonto grupo.
Simón volvió a concentrarse en su plato.
¿Era que no podrían encontrar aristócratas con que unirla? No era como si ella necesitara caer tan bajo como para casarse con un plebeyo.
Durante la cuarto parte de la conversación en la cena, la atención de Juliana se centró casi en su totalidad en Lord Stanhope, quien sería un partido terrible, conocido por sus amores gemelos: los juegos de azar y las mujeres. Para ser justos, él siempre ganaba en el juego, pero seguro que Ralston no quería que su hermana se casara con un libertino empedernido.


Echando una mirada de soslayo al marqués, parecía estar igual de entretenido por Stanhope, Simón se dio cuenta del problema con su lógica. Los libertinos disfrutaban de la compañía de otros libertinos. Él hizo todo lo posible para centrarse en la carne de ternera durante todo el curso del quinto plato, fingiendo no darse cuenta del largo y grácil cuello de Juliana y de su mandíbula.
Sumariamente haciendo caso omiso del deseo de poner sus labios en el lugar donde se unían  su cuello con el hombro, ese lugar que olería a ella, cálida y suave y rogando por su lengua.
Sabía que no debería sentir eso, pero todo en ella lo atraía. Ella era una sirena. Si no tenía cuidado, se ahogaría en ella.
Un estallido de risas lo trajo de vuelta hasta el momento, para el evento. La conversación se había desplazado desde la temporada de otoño, a la política, al arte y la música, los caballeros colgados de cada palabra cadenciosa que decía Juliana. El conde de Allendale estaba entreteniendo la corte, deleitando a toda la mesa con los cuentos del  cortejo del Señor y la Señora Ralston. Juliana escuchaba con gran atención, su mirada brillante no se despegaba de Allendale, y una punzada de malestar estalló profunda en las entrañas de Simón.
¿Qué se sentiría ser la fuente de tal atención?
Ser el hombre que provocaba una respuesta tan vibrante?
 Tal aprobación?
–Baste con decir que yo nunca había visto a dos personas tan destinados el uno al otro, – Allendale, dijo, su mirada se deslizó como un suave toque demasiado prolongado sobre Juliana de manera que Simón notó que a él le importaba.
Juliana sonrió. –Es una lástima que a mi hermano le tomara tanto tiempo darse cuenta de ello. –
El conde se unió a su sonrisa mientras el resto de la mesa se echó a reír. Era la segunda vez que Simón había visto a Allendale prestar especial atención a Juliana, y no se le escapó que el tema era apropiadamente romántico para cualquier acercamiento en ciernes entre los dos.
Simón se recostó en su silla.
Ella era una elección equivocada para Allendale. Él tenía muy buen carácter. Era demasiado genial. Ella lo  atropellaría antes de que él se hubiera dado cuenta que le había golpeado.
Él no era lo suficientemente hombre para ella.
Simón miró a Ralston, con la esperanza de que el marqués hubiera visto el cambio dudosa de relación entre su hermana y su cuñado–, pero Ralston sólo tenía ojos para su esposa. Levantó su copa y brindó por su esposa. –Estoy tratando de compensarla por ello. –Simón miró hacia otro lado, incómodo con el afecto evidente entre el marqués y la marquesa.
 Su atención se volvió a Juliana, sus ojos azules se ablandaron cuando vio ese momento íntimo.
Un momento demasiado íntimo.
Él no pertenecía a este lugar. No con ella. No con su familia y la forma en que se sentían todos tan a gusto–, de hablar libremente, incluso en una cena formal, de alguna manera hacían que todos los asistentes se sintieran muy cómodos.
Muy distintos a su propia familia.
Tan atractiva.
No era para él.
Con un rubor en las mejillas, la marquesa levantó su propio vaso.
–Ya que todos estamos brindando, creo que es justo brindar por Su Gracia y por su papel en el rescate de nuestra Juliana, ¿no le parece, mylord? –Las palabras, proyectadas en la mesa de su marido, tomaron por sorpresa a Simón, antes de su matrimonio, Lady Calpurnia Hartwell había sido una “florero” de primera clase que nunca llamaba tanta atención.  Ahora ella había encontrado su voz.

Ralston levantó la copa. –Una idea maravillosa, mi amor. Por Leighton. – Con agradecimiento.
Alrededor de la mesa, los caballeros levantaron las copas y bebieron en honor a Simón, y él se debatía entre el respeto por la forma en que esta familia manipulaba la sociedad, dando sus gracias totalmente públicas y en las que la aventura de Juliana eliminaba efectivamente el viento de las malas lenguas – y una irritación en ciernes porque él había sido tan bien y realmente utilizado.
.La duquesa de Rivington se inclinó hacia él con una sonrisa de complicidad, interrumpiendo sus pensamientos. –Considérese bastante advertido, Su Gracia. Ahora que usted ha salvado la vida de uno de nosotros, no será capaz de escapársenos! –
Todos se rieron. Todos, excepto Simón, que forzó una sonrisa amable y tomó un trago.
–Lo admito, lo siento por Su Gracia, – intervino Juliana, una ligereza en su tono de voz que él no estaba dispuesto del todo a creer. –Me imagino que él tenía la esperanza de que su heroísmo le ganaría algo más que nuestra compañía constante. –
Odiaba esta conversación.
Con una mirada afectada de aburrimiento ducal, dijo,–No había nada de heroico. –
–Su modestia nos deja al resto de nosotros en la vergüenza, Leighton, – Stanhope gritó jovialmente. –Al resto de nosotros nos encantaría aceptar el reconocimiento de una bella dama. –
Una bandeja fue puesta en frente a él, y él hizo un intento de cortar un trozo de cordero, haciendo caso omiso de Stanhope.
–Háblanos de la historia – dijo West
.–Yo preferiría que no hiciéramos un mito de ella, Sr. West, – dijo, forzando una sonrisa. –En particular, no a un periodista. Ya he tenido suficiente de la historia, para mí mismo. –
La declaración fue recibida con una ronda de disentimiento por el resto de los asistentes a la cena, cada uno pedía un recuento.a Simón que permaneció en silencio
.–Estoy de acuerdo con Su Gracia –. La charla ruidosa alrededor de la mesa se calmó con la declaración suave, en acento italiano, y Simón, sorprendido, levantó su mirada para reunirse con la de Juliana. –No hay mucho más que eso, que él me salvó la vida. Y sin él – Hizo una pausa.
Él no quería que ella terminara la frase.
Ella objetó con una sonrisa. –Bueno–Es suficiente decir que le estoy muy agradecida de que usted llegara al parque por la tarde – ella volvió a concentrarse en el resto del grupo con una mirada – y aún más agradecida de que él supiera nadar. –
La mesa entera estalló en una risa colectiva ante sus palabras, pero apenas lo oyó. En ese momento, no había nada que no diera por estar a solas con ella, un hecho que lo sacudió hasta la médula.
–Oye oye, – dijo Allendale, levantando su copa. –Por el duque de Leighton. –Alrededor de la mesa, las copas se levantaron, y él evitó los ojos de Juliana por miedo a delatar mucho de sus pensamientos.
–A pesar de que tendré que reconsiderar mi opinión sobre usted, Leighton, – Ralston dijo irónicamente. –Gracias. –
–Y ahora, se ha visto obligado a aceptar no sólo  nuestra invitación a cenar, sino también nuestra gratitud, – Juliana dijo desde el otro lado de la mesa.
Todo el mundo se echó a reír unidos para romper la seriedad del momento. Todos, a excepción de Juliana, que rompió el contacto con sus ojos, mirando hacia abajo a su plato.
Él consideró el pasado entre ellos, las cosas que se habían dicho, las formas en que ellos habían arremetido en contra del otro, esperando arañar y no cicatrizar. Él oyó sus palabras, la forma cortante con la que le había hablado a ella, la forma en que la había empujado a un rincón hasta que ella no tuviera más remedio que arrodillarse o atacar.
Ella había luchado, orgullosa y magnífica.
Y de repente, él quiso  decírselo.
Él quería que ella supiera que a él no le parecía común, o infantil, o problemática.
La encontraba bastante notable.
Y quería volver a empezar.
Si no por otra razón, si porque ella no se merecía su crítica.
Pero quizás era más que eso.
Si sólo fuera tan fácil.
La puerta del comedor se abrió y un viejo sirviente entró, discretamente, moviéndose hacia Ralston. Se inclinó hacia abajo y le susurró algo al oído de su amo, y Ralston se congeló, dejando caer su tenedor audiblemente. La conversación se detuvo. Cualquiera que fuera la noticia del criado, no era buena.
El marqués estaba lívido. La Señora Ralston se puso al instante de pie, rodeando la mesa hacia su marido, sin preocuparse por sus invitados.
Muy cerca de hacer una escena.Juliana dijo, con preocupación en su voz.
–¿Qué es? ¿Es Nick? –
–Gabriel? –Las cabezas se volvieron todas juntas hacia la puerta, a la mujer que había hablado el nombre de Ralston.
–Dio –. El susurro de Juliana era apenas audible, pero él lo escuchó.
–Quién es ella – Simón no registró quién hizo la pregunta. Él estaba demasiado centrado en el rostro de Juliana, en el miedo, la ira y la incredulidad.
No estaba centrado en su respuesta, susurrada en italiano.
–Ella es nuestra madre. –Ella tenía el mismo aspecto. Alta y esbelto, y como intocable, como lo había sido la última vez que Juliana la había visto. Al instante, Juliana tuvo de nuevo diez años más, cubierta de chocolate mientras descargaban la carga en el muelle, persiguiendo a su gato a través de la ciudad vieja y en la casa, llamando a su padre desde el patio central, con la luz del sol derramándose a su alrededor. Una puerta se abrió, y su madre salió a la terraza superior, el retrato de desinterés.
–Silenzio, Juliana. Las damas no gritan. –
–Lo siento, mamá. –
–Lo debes sentir –. Louisa Fiori se inclinó sobre el borde del balcón. –Estás muy sucia. Es como si yo tuviera un hijo en lugar de una hija –. Agitó una mano perezosamente hacia la puerta. –Ve de nuevo al río y lavate antes de entrar en la casa. –Se dio la vuelta, y el dobladillo de su vestido rosa pálido desapareció por las puertas dobles más allá de la casa. Fue la última vez que Juliana había visto a su madre. 
Hasta ahora.
–Gabriel – su madre repitió, entrando en la habitación con serenidad absoluta, como si no hubieran pasado veinticinco años desde que ella había organizado sus propias comidas en esta mesa. Como si no estuvieran siendo vigilados por una sala llena de gente.
No es que tal cosa la hubiera detenido. Ella siempre había adorado tener la atención. Entre más escandalosa, mejor. Y esto sería un escándalo. Nadie recordaría el Serpentine mañana.
Ella levantó las manos. –Gabriel, – no había satisfacción en su voz. –Vaya, en que hombre te has convertido. El marqués! –Ella estaba detrás de Juliana, y no se había dado cuenta que su hija también estaba en la habitación. Hubo un rugido en los oídos de Juliana, y ella cerró los ojos para evitarlo. Por supuesto, su madre no la había notado.
 ¿Por qué ella esperaría tal cosa?
Si lo hubiera hecho, habría buscado Juliana. Ella habría dicho algo. Ella hubiera querido ver a su hija. No es cierto?
–Oh! Parece que he interrumpido una especie de cena! Supongo que debería haber esperado hasta mañana, pero yo simplemente no podía soportar estar lejos de casa un poco más. –
Casa.
Juliana se estremeció ante esas palabras. Los hombres alrededor de la mesa se levantaron, sus maneras llegaron tarde, pero llegaron.
–Oh, por favor, no se levanten por mí, – la voz llegó de nuevo, implacable, chorreando Inglés puro y matizado con una pizca de algo más, el sonido de la astucia femenina.
–Me limitaré a irme a una sala de recepción hasta que Gabriel tenga tiempo para mí. –La declaración terminaba con una cadencia de diversión, y Juliana abrió los ojos ante el sonido chirriante, volviendo la cabeza sólo un poco para ver a su hermano, la mandíbula armada de valor, y el hielo en su mirada azul fría. A su izquierda estaba Callie, con los puños apretados, furiosa. Si Juliana no hubiera estado a punto de convertirse en una desquiciada, habría sido divertido ver a su cuñada, dispuesta a matar dragones por su marido.
Su madre era un dragón, si alguna vez hubo uno.
Hubo una pausa enorme, el silencio gritando en la habitación hasta que Callie habló.
–Bennett, – dijo, con una calma sin precedentes,– acompañas a la señora Fiori a la sala verde? Estoy segura de que el marqués irá en un momento. –El viejo mayordomo, por lo menos, parecía entender que había sido el mensajero de lo que estaba seguro iba a ser el mayor escándalo de Londres que se  había visto hasta entonces... así, desde la última vez que Londres había visto a Louisa Hathbourne San Juan Fiori.
.–La señora Fiori – dijo su madre con una sonrisa–tan brillante como Juliana la recordaba. –Nadie me ha llamado así desde que salí de Italia. Sigo siendo la marquesa de Ralston, o no? –
–Usted no es –. La voz de Ralston era frágil, con ira contenida.
–Estás casado? ¡Qué maravilla! Simplemente tendré que ser la marquesa viuda, entonces! –Y con esa simple frase, Juliana no pudo respirar. Su madre acababa de renunciar a una década de matrimonio, un esposo, una vida en Italia.Y a su propia hija. Frente a una docena de personas que no dudarían en contar el cuento. Juliana cerró los ojos, deseando a sí misma a permanecer en calma. Concentrándose  en la respiración, más que el hecho de que su legitimidad, con unas pocas palabras de una mujer olvidada hace mucho tiempo, había sido puesta en duda.
Cuando volvió a abrir sus ojos, se encontró con la mirada que ella no deseaba ver.
El duque de Leighton no estaba mirando a su madre. Estaba mirando a Juliana. Y odiaba lo que veía en sus normalmente fríos, ojos de color ámbar ilegibles.
Lástima.
La vergüenza corría por ella, enderezando la espalda y con sus mejillas ardiendo. Sintió que debía estar enferma. Ella no podía permanecer en la sala un momento más. Ella tenía que abandonar este lugar. Antes de que hiciera algo totalmente inaceptable.
Se puso de pie, empujando su silla hacia atrás, sin importarle que las damas no salían de la mitad de la  mesa, sin importarle que ella estaba rompiendo todas las reglas de la ridícula etiqueta de este ridículo e país.
Y huyó.
La cena se disolvió casi de inmediato a la llegada de la marquesa viuda o señora de Fiori, o quienquiera que fuese, y el resto de los asistentes habían hecho retiros apresurados, aparentemente para darle tiempo a la familia y espacio con el que hacer frente a su llegada devastadora, pero mucho más probablemente con la esperanza de comenzar la difusión de sus relatos en primera persona de la dramaturgia de esta noche.
Simón sólo podía pensar en Juliana: en su rostro mientras escuchaba la estridente risa de su madre, en sus ojos enormes y expresivos, mientras la mala mujer había hecho el escandaloso pronunciamiento de que ella no era una Fiori, ni una St. John, de la forma en que había dejado la habitación, con sus hombros cuadrados y la columna vertebral recta, con un orgullo impresionante, notable.
Vio cómo los medios de transporte de los invitados rodaban por la calle, escuchando a medias como el duque y la duquesa de Rivington discutían si debían o no permanecer o dejar a su familia en paz.
Mientras ellos se subían a su coche, Simón oyó a la duquesa preguntar en voz baja si,–al menos debería ir con Juliana? –
–Dejala esta noche, amor, – fue la respuesta del idiota de Rivington antes de cerrar la puerta, y el carro partiera en la dirección de su casa.
Simón apretó los dientes.
Por supuesto que deberían haber buscado a Juliana. Alguien tenía que asegurarse de que la joven no estaba planeando un regreso a Italia en la medianoche.
No sería él, por supuesto. Se subió a su propio carruaje– con la memoria llena de ella en otra noche escandalosa.
Ella no era su preocupación.
Él no podía permitirse un escándalo. Él tenía su propia familia de que preocuparse. Juliana estaba bien. Debería estarlo, por lo menos.
La mujer tenía que ser impermeable a la vergüenza por ahora.
Y si ella no lo era?
Con una maldición malvada, golpeó en el techo del coche y pidió al cochero que diera la vuelta. Ni siquiera se preguntó donde estaría.
Ella estaba en los establos.
Había varios mozos de cuadras vagando fuera, y vinieron de inmediato a sus pies a la vista del duque de Leighton. Él les devolvió el saludo y entró en el edificio, sin pensar en otra cosa que no fuera en  la búsqueda de ella. No ocultó sus pasos mientras se abría camino por la larga fila de puestos a donde estaba, después de oír los susurros en italiano y el susurro suave de la ropa. Se detuvo justo a las afueras de la puerta del establo, transfigurado por ella.
Estaba de espaldas a él, y mientras cepillaba el caballo con un cepillo de cerdas duras, con cada golpe corto, y fuerte tomaba un pequeño soplo de aire. Periódicamente, la yegua se voltaba y se inclinaba hacia su señora, volviendo la cabeza para pedir atención extra. Cuando Juliana acarició el hocico largo del blanco animal, el caballo no pudo contener su placer, acariciando el hombro de Juliana con un resoplido. Simón no podía culpar al animal por acicalarse con afecto.
–Ni siquiera se dio cuenta que yo estaba allí, – Juliana susurró en italiano mientras ella razaba su camino por la ancha espalda de la yegua. –Y si yo no hubiera aparecido, si yo nunca hubiese venido aquí, no habría reconocido su tiempo conmigo en absoluto. –Hubo una pausa, el único sonido que hubo fue el roce de su vestido de seda negra,  contra su susurro suave, y triste, y su corazón estaba con ella. Una cosa era ser abandonado por una madre, pero el golpe mas duro debía ser tener que oír que su madre rechazara la vida que habían compartido.
El sonido del cepillo se desaceleró. –No es que me importe si ella lo reconoce en absoluto. –Oyó la mentira en las palabras, y algo más profundo que le oprimió en el pecho, dificultándole la respiración.
–Tal vez ahora podamos volver a Italia, Lucrecia –. Ella puso su frente en el hombro negro y alto del caballo. –Tal vez ahora Gabriel sabrá que mi estancia aquí fue una idea terrible. –Las palabras susurradas, de manera honesta, tan llenas de dolor y pesar, estuvieron cerca de arruinarlo. Desde el momento en que él la había conocido, había pensado que le gustaba el escándalo y que la seguía a todas partes. Pensaba que lo abrazaba, que lo invitaba. Pero, mientras estaba de pie en este establo oscuro, mirándola cepillar el enorme caballo, vestida con un traje increíblemente hermoso y desesperada por escapar de alguna forma de los acontecimientos de la noche, Simón fue superado con una solo conocimiento.
El escándalo no era su elección. Era su carga.
Sus palabras irónicas y su cara valiente no eran confirmaciones de placer, sino un instinto de conservación. Ella era tan víctima de las circunstancias como él. La conciencia le golpeó como un puño en el estómago. Pero eso no cambiaba nada.
–Apuesto que tu hermano no te permitió salir, – dijo en italiano.
Juliana se giró hacia él, y él se vió el miedo y el nerviosismo en sus grandes ojos azules un instante,  antes de desaparecer, sustituidos por la irritación.
Su fuego no se había ido
.–Cuánto tiempo ha estado allí?– le preguntó en Inglés, dando un paso atrás, y apretándose contra el lado del caballo, que eludió una vez y dio un relincho angustiado. Él se quedó quieto, como si acercándose a ella le asustaría.
–Lo suficiente. –Su mirada se precipitó alrededor de la plaza, como si estuviera buscando una vía de escape. Como si estuviera aterrorizada de él. Y entonces pareció recordar que ella no estaba aterrorizada de nada. Sus ojos se estrecharon sobre él, en un azul hermoso.
–El espionaje es un hábito terrible. –Se apoyó en la jamba de la puerta, dándole espacio. –Puede añadirlo a mi lista de rasgos desagradables. –
–No hay suficiente papel en Inglaterra para mencionarlos todos. –
Él arqueó una ceja. –Usted me hiere. –Ella frunció el ceño, volviéndose hacia el caballo. –Ojalá fuera así. ¿No tienes un lugar donde estar? –
Por lo visto, iba a ser de esta manera. Ella no quería hablar de los acontecimientos de la noche. Él la observó mientras ella reanudó los movimientos largos y firmes en los flancos del caballo.
 –Fui invitado a una cena, pero terminó temprano. –
–Eso suena terriblemente aburrido, – dijo, con voz seca como la arena. : ¿No debería usted estar en su club? Relatando el golpe devastador a nuestra reputación a otros aristócratas arrogantes en una nube de humo de cigarro, bebiendo whisky robado en el norte del país? –
–Qué sabe usted sobre el humo de cigarro? –Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.
–No tenemos esas normas restrictivas en Italia. –Era su turno para la resequedad.
–En serio? No lo había notado. –
–Yo lo digo  bastante en serio. Seguro que tiene algo mejor que hacer que estar en las caballerizas y verme limpiar a mi caballo. –
–En un vestido de noche. –El vestido más increíble que jamás había visto.
Ella hizo un pequeño encogimiento de hombros.
–No me diga que hay una regla sobre eso, también. –
–Una regla sobre las damas que llevan vestidos de noche para limpiar a los caballos? –
–Sí. –
–No con tantas palabras, no. –
–Excelente –. Ella no detuvo sus movimientos.–Dicho esto, debo decir que nunca he visto a una dama tan bien vestida preparar a un caballo. –
–Todavía no. –Él hizo una pausa. –Perdón? –
–Todavía no ha visto a una daba hacerlo. Creo que esta noche ha quedado bien claro que no soy una dama, no es así? – Ella se inclinó y tocó el mechón de pelo de la yegua, luego inspeccionó  un casco. –Yo no tengo la clase de acciones necesarias para merecer ese honor. –
Y con eso, la conversación giró, y el aire de la habitación se volvió pesado.
Ella se volvió hacia él, mirándolo con seriedad.
–Por qué ha venido a buscarme? –Que lo asparan si lo sabía.–¿Cree que ahora que nuestra madre está de vuelta, usted puede venir a mí en los establos, y yo me comportaré de la manera en que ella siempre lo hizo – Las palabras quedaron flotando entre ellos, insolentes y desagradables, y Simón quiso sacudirla por pronunciarlas. Para disminuir su preocupación. Por sugerir que ella no era nada mejor de que su madre había sido.
Ella siguió adelante. –O tal vez no pudo resistir la oportunidad de enumerar las formas adicionales que soy mercancía dañada después de esta noche? Le aseguro, no hay nada que pueda decir que no haya yo misma considerado. –Se lo merecía, él lo suponía, pero no podía dejar de defenderse a sí mismo. ¿Realmente pensaba que él iba a aprovechar esta oportunidad–esta noche en su contra?
–Juliana, yo – Dio un paso hacia ella, y ella levantó una mano para detener su movimiento.
–No me diga que esto lo ha cambiado todo, Leighton. –Nunca lo había llamado así.
Su gracia, con ese tono burlón que lo ponía al instante en el borde. O Simón. Pero ahora, con toda seriedad, ella usó su título. El cambio lo inquietaba. Ella se rió, el sonido frío y quebradizo, y por completo indiferente. –Por supuesto que no. Esto no ha hecho mas que subrayar lo que ya sabes. Todo lo que usted ha sabido desde el principio. ¿Cómo es que dice? Yo soy un escándalo a punto de ocurrir – Ella inclinó la cabeza, fingiendo una profunda reflexión. –Tal vez ya ha sucedido. Pero, si hubiera alguna duda, la mujer que estaba en ese comedor era más que suficiente, ¿no es cierto – Hubo un largo silencio antes de añadir, en italiano, en voz tan baja que era inseguro de haberla oido, – Ella ha echado todo a perder. Una vez más. –Había una tristeza devastadora en las palabras, una tristeza que se hizo eco a su alrededor hasta que no pudo soportarlo.
–Ella no es usted, – dijo en su lengua, como si hablar en italiano pudiera hacer que ella lo creyera. Ella no lo creería, por supuesto. Pero lo hizo.
Sciocchezze – Sus ojos brillaban con lágrimas de rabia, mientras ella se resistía a sus palabras, calificándolas de tonterías mientras se alejaba, dandole la espalda. Estuvo a punto de no escuchar el resto de lo que dijo, perdido en el silbido duro del cepillo. –Ella es de donde vengo. Ella es lo que seré,  ¿no es así cómo va? –Las palabras lo atravezaron, haciéndolo sentir furioso con ella sin razón por pensar en ellas, y se acercó a ella, incapaz de parar.
Ella se volvió hacia él, y lo miró a los ojos. ¿Por qué dices eso – Oyó la aspereza en su voz. Trató de borrarla. Pero no pudo. –¿Por qué piensas eso? –Ella se rió, el sonido áspero y sin humor. No–soy la única. ¿No es eso lo que usted cree? ¿No son esas las palabras con que los aristócratas como usted viven? Vamos, Su Gracia. He conocido a su madre –.
 Luego, en Inglés,–La sangre saldrá a la luz, no es así? –Se detuvo. Eran palabras que había escuchado innumerables veces–una de las frases favoritas de su madre.
–¿Ella te dijo eso? –
– Usted también me lo dijo – Ella levantó la barbilla, orgullosa y desafiante.
–No. –Uno de los lados de su boca arqueado hacia arriba.
–No con tantas palabras. Pero eran ciertas para usted, ¿no? Mirando hacia abajo a los seres inferiores a usted desde lo alto. La sangre saldrá a la luz es el lema mismo del duque del desdén. –
El duque del desdén.
Lo había oído antes, por supuesto, el epíteto que se murmuraba a su paso. Nunca había simplemente pensado mucho en ello. Nunca se dio cuenta de lo acertado del nombre. Nunca se dio cuenta de la verdad de ello. La emoción era para las masas. Siempre había sido más fácil ser el duque del desdén que dejarlos ver el resto de él. La parte que no era tan desdeñosa. Odiaba que Juliana supiera el apodo. Odiaba que ella pensara en él de esa manera. Se encontró con su mirada azul brillante y leyó su rabia y la actitud defensiva allí. Podía hacer frente a las respuestas de ella. Pero no a su tristeza. No podía soportar su tristeza. Leyó sus pensamientos, y sus ojos brillaron de furia.
–No. No se atreva a compadecerse de mí. Yo no lo quiero –. Trató de librarse de su control. –Prefiero tener su desinterés. –Le sorprendió oírle decir esas palabras.
 –Mi desinterés? –
–Eso es lo que es, ¿no? Aburrimiento? Apatía? –
Ya había tenido suficiente.
–Crees que mis sentimientos hacia ti son apáticos? – Su voz tembló, y avanzó hacia ella. –Crees que me aburres? –Ella parpadeó bajo el calor de sus palabras, dio un paso atrás hacia un lado de la cabina.
–No lo hago? –Él movió la cabeza lentamente, caminando hacia ella, acechándola en el pequeño espacio.
 –No. –
Ella abrió la boca y luego la cerró, sin saber qué decir.
–Dios sabe que usted es exasperante... – El nerviosismo se encendió en los ojos de ella. –E impulsiva... – Su espalda chocó contra la pared, y ella dio un pequeño chillido, incluso a medida que él avanzaba. –Y totalmente desesperante... – Puso una mano en su mandíbula, levantando cuidadosamente su rostro hacia el suyo, sintiendo el salto de su pulso en los dedos. –Y completamente embriagadora... – Lo último salió como un gruñido, mientras sus labios se abrian, suaves y  rosados y perfectos.
Él se acercó más, sus labios a una fracción de los de ella.
–No... tú no eres aburrida. –

2 comentarios:

  1. hola, te quiero agradecer todo el esfuerzo que estás haciendo. el tema es que ya anda circulando por la red el libro completo. te digo por las dudas. igual todavía no lo he leído, así que no se qué tal está. saludos y gracias de nuevo por todo el esfuerzo que hacés por la traducción! éxitos!!

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  2. Yo quiero el libro completo, me lo pueden enviar? danielagil@rocketmail.com PLEASEEE!

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