sábado, 1 de diciembre de 2012

Disculpas!!

Chicas he quitado los links de la trilogia Existence por que ocurrio un problema! Al parecer el PDF que me enviaron del tercer libro no era la versión original del foro que lo tradujo (Libros del Cielo).
Pido mis disculpas a las chicas del foro por haberlo subido sin verificar antes. Es que como los créditos parecían verdaderos, no verifique. 
Nuevamente mis disculpas a ustedes por que se lo mucho que cuesta ese trabajo y es horrible que lo roben asi. A quienes lo estan buscando para leer, les comento que en un par de dias, la traducción original de libros del cielo estara circulando y lo subire nuevamente. 

MUCHAS GRACIAS y Mis DISCULPAS!! =(

miércoles, 24 de octubre de 2012

HOME FOR THE HOLIDAYS (En Casa para las Fiestas) by Jeaniene Frost

The Bite Before Christmas

HOME FOR THE HOLIDAYS
(En Casa para las Fiestas)

by Jeaniene Frost
Por fin lo termine!! y como lo prometido es deuda, aquí les dejo el libro 6.5 de la saga Night Huntress en español!! Que lo disfruten!!  =)

Me Lo Llevo

Me lo llevo! 2

sábado, 6 de octubre de 2012

Mil disclpas!

Chicas!!!  mil mil disculpas por desaparecer del mundo!! pero ya les colgué dos capis nuevos (12 y 13) espero que los disfruten!!!
También quiero decirles que la semana que viene, ya voy a tener la historia completa traducida y la voy a subir en PDF.
Disculpen nuevamente por tomarme tanto tiempo, pero con los exámenes, y que estaba enferma me retrase mucho!!!
Un saludo grande a todas ustedes y gracias por seguirme!!!!

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mis saludos!

Hola a tod@s!!! espero disfruten de estos cuatro capítulos que les adelante hoy!! la cosa se pone cada vez mas rara eh!?
Espero les guste mi traducción y si no, comentarios constructivos son bienvenidos!!!
Ya me voy a dormir por que me muero de sueño... estoy con esto desde las 11 de la mañana y ya es mas de medianoche!!!
Saludos!!!

viernes, 14 de septiembre de 2012

Reportando!

Hola chicas! Primero  que nada mis disculpas por la demora!!  Espero que disfruten de estos dos capis que subí hoy!!  la semana que viene voy a tratar de adelantar un poco mas, pero les pido paciencia por que estoy con unos exámenes!!!  
Un saludo grande, y espero los disfruten!! que pasen un buen fin de semana!!!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Feliz por avanzar con la historia! =)

Bueno chicas, esta historia tiene 24 capítulos y un epilogo. Creo que hoy he logrado ponerme al día considerando que traduje 4 capítulos y medio por que el seis lo llevo a la mitad y todo en un récord para mi de 10 horas!!!! jajaja estoy feliz, pero ya me voy a dormir por que tengo muuucho sueño y mi vista ya esta muy pero que muy cansada!!!!

HOME FOR THE HOLIDAYS (En Casa para las vacaciones) by Jeaniene Frost


Cuatro

Conmoción se apoderó de la cara de Bones. Wraith parecía más cortés, incluso con un cuchillo sobresaliendo de su pecho.

-Mientes,- dijo Bones finalmente. -Mi madre no tuvo otros hijos aparte de mí-

-Ella no lo hizo,- fue la respuesta de Wraith -Tu padre si.-

Bones todavía se veía atónito, pero su agarre no aflojo. -Mi madre era una puta. No hay manera de que pudiera haber sabido quién era mi padre.-

-Tu madre era Penélope Ann Maynard, quien, efectivamente, llego a convertirse en una prostituta. Pero no fue hasta después de que ella dio a luz al ilegítimo hijo del duque de Rutland. Ese hijo fue criado en una casa de putas de Londres y condenado a la deportación por robo en 1789. Él murió en el penal de las colonias de Nueva Gales del Sur, un año después, pero él no se quedó muerto. - la mirada de Wraith se deslizó hacia el hombre detrás de él. -¿Nada de esto suena familiar?-

Cada palabra se clavo en Bones, como golpes físicos, me di cuenta de las emociones tejiendo en mi subconsciente. Aunque yo había oído la historia del pasado de Bones, no era de conocimiento común, y Wraith había sido el clavo con las fechas y detalles. Además, había la semejanza. Ambos hombres tenían esos pómulos altos, cincelados, cejas espesas aún, llenas bocas y posturas firmes, alto, con orgullo arrogante. Bones era un moreno de ojos marrones y Wraith un rubio de ojos azules, pero si Wraith se teñía el pelo y conseguia contactos oscuros, incluso un observador casual podría adivinar que estaban relacionados. Medio-hermanos, si lo que decía era cierto Wraith.

-Cerca, pero el apellido de mi madre era Russell no, Maynard,- dijo Bones. -Y ni ella ni ninguna de las mujeres con las que crecí incluso dio a entender que ellos sabían quién era mi padre. Ahora, más de doscientos años después, tu esperas que crea esta historia de los duques y que seas mi hermano perdido?-
Su brazo se apretó alrededor del cuello de Wraith. -Lo siento, amigo. No lo hago.-

-Te… o… na… …ueba…- Las palabras salieron distorsionadas debido a la presión que Bones ejercía sobre el cuello del Vampiro.

 -Prueba?-, se preguntó Bones, aflojando su agarre.

Wraith consiguió asentir. -Si dejas de estrangularme, yo te mostraré-.

Fabian nos siguió a una distancia prudencial mientras caminábamos por el sinuoso camino de grava que conducía a la parte inferior de la colina. Si Wraith notó el fantasma revoloteando por encima de las copas de los árboles, él no hizo ningún comentario. De hecho, parecía relajado. Alegre, incluso, pero yo no bajaba la guardia. Yo había tenido gente sonriéndome todo el tiempo mientras trataban de matarme, así que una disposición alegre podría indicar buenas intenciones si usted fuera Santa Claus, pero lo mismo no valía para los vampiros.

-¿Cómo encontraste mi casa-, se preguntó Bones. Asimismo, no había perdido un ápice de su cautela, ya que los remolinos que se forman en torno a él lo indicaban.

-Te he seguido desde el hotel-, dijo Wraith.

Me detuve en seco. -Estás admitiendo que eres el idiota que descuartizado a Annette?-Cuñado o no, él pagaría si lo había hecho.

Wraith suspiró. -He rescatado a Annette por cortesía y perseguí a ese vampiro. No lo atrape, sin embargo. Cuando volví a verla, se la estaban cargando en el coche, y tu parecías lo suficientemente enfadado como para matar primero y preguntar después-.

Ian había dicho que él había oído a un vampiro cuando llegó por primera vez. Había pensado que era el autor huyendo de la escena, pero ¿podría haber sido Wraith persiguiendo al atacante real?

-Si eso es cierto, ¿por qué Annette no te menciono cuando llegamos? Y más importante, ¿dónde estabas cuando algún sodomita estaba pintando las paredes con sangre?-

Wraith moldeo una mirada de reojo a la llanura en el tono de Bones. Él no tendría que estar vinculado a sus emociones para saber que Bones no creia esta versión de los acontecimientos.

-Yo estaba camino a verla. Puedes consultar su móvil, la llamada que recibió justo antes de que ella fuera atacada era yo diciéndole que se me hacía tarde. Cuando llegué, oí algo extraño. La puerta estaba abierta, así que entre a tiempo para ver a alguien destruir la ventana. Después de comprobar que Annette estaba todavía viva, le perseguí. En cuanto a por qué no se me menciona, sólo puedo adivinar que era debido a un equivocado intento de mantener la sorpresa-

-Qué sorpresa? Bones y yo preguntamos al unísono.

-Que tienes un hermano-, contestó en voz baja Wraith. -La noticia iba a ser el regalo de cumpleaños para ti de Annette.-

A pesar de su similitud en apariencia, todavía parecía imposible pensar que Wraith era hermano de Bones. Desde la incredulidad enhebrado en mi subconsciente, Bones sentía lo mismo.

-Este vampiro que perseguiste, ¿tuviste un buen vistazo de él? Pudiste reconocerlo?-, Le pregunté, cambiando de tema.

-Lo siento, nunca lo había visto. Lo único que puedo decir es que él tenía el pelo oscuro y podía volar como el viento. -

Un vampiro moreno que podía volar. Eso lo reducía a por lo menos diez mil no-mucha ayuda en absoluto. Estábamos casi en la parte inferior de la colina. Más adelante, un Buick estaba estacionado a la orilla de la carretera, las luces apagadas.

-Mi coche-, dijo Wraith, asintiendo con la cabeza en él. Luego se tendió un juego de llaves. -La prueba que buscas está en el maletero.-

Bones no toco las llaves, pero una sonrisa tensa estiró los labios. -No lo creo. Tu lo abres-.

Wraith resopló de una forma que parecía muy familiar. -Crees que lo he conectado a explosivos? Eres aún más paranoico que tu reputación-.

-También estoy más impaciente que mi reputación-, respondió Bones con frialdad. -Así que manos a la obra.-

Con otro ruido de exasperación, Wraith, se estableció en su palo largo y se dirigió a la parte trasera del coche. El maletero se abrió sin ni siquiera una chispa y Wraith sacó un objeto rectangular, con una superficie plana y envuelta en una lámina.

-Aquí-, dijo, sosteniendolo hacia fuera para Bones. -También tengo los archivos, pero si esto no te convence, esos tampoco lo harán.-

Bones lo cogió y tiró de la sábana. Era una pintura, vieja, por el estado de la definición y el lienzo, pero no hizo falta más que una simple mirada hacia el sujeto para dejar salir un jadeo.

Bones no dijo nada, simplemente mirando la imagen de un hombre que llevaba una extraña semejanza con él, sólo tenía el pelo rubio seda de maíz y tenía líneas alrededor de su boca que parecía demasiado dura para ser causada por una sonrisa. Llevaba una camisa con volantes y una capa bordada con tantos flecos, botones, y las trenzas que parecía que podía sostenerse por sí mismo. Una joya con mango de puñal clavado en el cinturón completó la imagen de la extravagancia, como si la arrogancia en la expresión del hombre no era indicio suficiente de que había nacido para una vida de lujo.

-Conoce al duque de Rutland,- dijo Wraith, su voz rompiendo el silencio pesado. -En caso de que su rostro no sea prueba suficiente, los registros muestran que él fue bautizado Crispin Phillip Arthur Russell,  segundo. Mi nombre humano era Crispin Phillip Arthur Russell, Tercero. Igual que el tuyo.-

Recordé que hace ocho años, cuando yo todavía estaba conociendo a Bones y me dijo la razón real de su nombre.

Simplemente un poco de imaginación por parte de mi madre, ya que claramente no tenía idea de quién era mi padre. Aún así, pensó que añadiendo números después de mi nombre me daría un poco de dignidad. Pobre dulce mujer, siempre reacia a enfrentar la realidad. . .

Si el vampiro de pie frente a nosotros estaba en lo correcto, la madre de Bones no lo había llamado "tercero" por un capricho. Ella lo había llamado así después de que el padre nunca supo que lo tenía.

Cuando Bones habló, su voz era tensa desde las emociones que podía sentirlo luchando para contener.

-Si tú eres mi medio hermano, que hace más de doscientos años de antigüedad. Si conocieras, nuestros vínculos, por qué, en todo ese tiempo, nunca has intentado encontrarme antes de ahora?-

Wraith sonrisa era triste. -Yo no lo supe hasta hace poco cuando me enteré de tu nombre real por algunos ghouls belicistas. Yo pensé que era una broma, pero luego me encontré una foto tuya. El parecido era suficiente para que me enterrara en la historia familiar. En algunos archivos muy antiguos, encontré la mención de una cantidad que mi padre pagó al vizconde Maynard para las reparaciones de la hija soltera embarazada, del vizconde, Penélope. Luego, su nombre apareció en las actas del juicio Old Baileyy tu misma edad ¿qué edad hubiera tenido el niño? Si ese plus o nuestros nombres idénticos no fueran suficientes, conocerte lo es. Tú luces y actúas lo suficiente como mi padre para ser su fantasma de pelo oscuro-.

Algo más se arremolinaba en medio de la cautela en las emociones de Bones, algo tan conmovedor que trajo lágrimas a mis ojos. Esperanza. ¿Era realmente posible que después de todo este tiempo, Bones había encontrado un miembro vivo de su familia? El verdadero nombre de Wraith su semejanza, y el retrato eran condenadamente convincentes, por no hablar de que los expedientes citados por Wraith podrían ser fácilmente autenticados. Además, ¿por qué iba a alguien tomarse la molestia de mentir sobre una conexión familiar? Bones no era el tipo de persona que hubiera apreciado al mocoso.

Enlacé mi brazo con el suyo, con la esperanza de ayudar a calmar sus emociones arremolinadas. -Dices que Annette sabía acerca de esto?-

Wraith asintió. -Creo que nuevas noticias como esta deben ser entregadas en persona, así que fui en busca de un miembro de tu línea que supiera tu ubicación. Una vez que Annette estaba satisfecha con mis afirmaciones, nos pusimos de acuerdo para reunirnos en el hotel, con la intención de llegar aquí juntos-.

-Como mi presente-, murmuró Bones, mirando por encima de Wraith con más curiosidad que sospecha este momento.

Una sonrisa curvó la boca de Wraith. -Me temo que trace la línea al atar un lazo alrededor de mi mismo.-

El detective de ficción Sherlock Holmes había dicho que una vez que se elimina lo imposible, lo que quedaba, no importa lo improbable, tenía que ser la verdad. Parecía increíble que el vampiro de pie frente a nosotros era hermano de Bones, pero hasta ahora los hechos señalaban que era eso mismo.

-Sé que esto puede ser bastante alarmante-, continuó Wraith, todavía con esa misma ladeada media sonrisa. -O tal vez no importa. Tanto tiempo ha pasado desde nuestra humanidad que entiendo si esta noticia no significa mucho para ti. Si prefieres que me vaya, lo haré, pero yo-yo esperaba que tal vez podríamos llegar a conocernos el uno al otro.-

Si yo no hubiera estado tocando Bones, no me habría dado cuenta del ligero temblor que le recorrió cuando Wraith tropezó con esas últimas palabras mostrando una visión de vulnerabilidad por debajo de ese exterior arrogante. Wraith podría afirmar que él iba a estar bien, pero pareció claro que un desaire le heriría. En cuanto a Bones, me di cuenta de que tenía muchas ganas de saber más acerca de este vampiro que podría ser el único vínculo con su largamente perdido familia humana.

Una ráfaga de viento helado soplaba el pelo alrededor de la cara de Wraith, recordándome que podríamos continuar esta conversación con comodidad en lugar de estar de pie a lo largo de un lado de una carretera.

Le sonreí. -¿Por qué no vamos a la casa? Hace más calor allí, y entonces puedo felicitar a Annette por su elección de un regalo. Ella supero mi regalo por una milla-.

jueves, 5 de julio de 2012

Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 9


Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke
Capitulo 9


La hora en una invitación sirve a un propósito.
Una dama refinada nunca llega tarde.


Un tratado por la más exquisita de las damas


Sin duda, ninguna comida es más suntuosa que la servida con un matrimonio en mente...

—La hoja del escándalo, Octubre 1823

Él era el último en llegar a la cena. Deliberadamente.

Simón saltó de su coche y se dirigió hacia las escaleras de la Casa Ralston, a sabiendas de que estaba cometiendo una grave violación a la etiqueta. Pero él todavía se sentía totalmente manipulado en asistir a la cena, por lo que sintió un placer perverso en saber que él llegaba varios minutos tarde. Él, por supuesto, debía dar sus disculpas, pero Juliana sabría inmediatamente que no tenía ningún interés en ser manipulado por una mujer impetuosa.
Él era el duque de Leighton. Que no se le olvidara.
No pudo evitar la ola de triunfo que corrió por él cuando la puerta se abrió, revelando la entrada grande y vacía de la casa Ralston, lo que demostraba  que ya había comenzado  la cena y que habían comenzado sin él.
Entrando a la casa, le entregó su sombrero, capa y guantes a un lacayo cercano antes de dirigirse a la amplia escalera central que daba lugar al segundo piso y al comedor. La conversación tranquila que venía de escaleras arriba se hizo más fuerte al acercarse, finalmente, giró por el largo pasillo, iluminado y entró en el gran comedor, donde los comensales estaban esperando para comenzar la cena.
Habían celebrado esa cena en su honor.
Eso lo hizo sentirse como un asno.
Por supuesto, nadie parecía estar particularmente interesado en esperarlo. De hecho, todo el mundo parecía estar pasándolo maravillosamente, especialmente el grupo de caballeros elegibles  que estaban en un círculo apretado alrededor de Juliana, de la que lo único que Simón podía ver de ella eran los rizos de ébano brillantes apilados en la parte superior de su cabeza.
Al instante, el motivo de la cena se hizo evidente.
La Señora Ralston estaba jugando de casamentera.
El pensamiento fue interrumpido por una ráfaga fuerte de  risa que provenía del grupo, su  fuerte, encantadora, y femenina risa se distinguía de las otras–bajas y demasiado masculinas. La colección de sonidos llevó a Simón al límite. No esperaba esto.
Y se encontró con que no le gustaba.
–Felizmente decidiste unirte a nosotros?, Leighton. –
Las palabras sarcásticas de Ralston sacaron a Simón de su ensueño. Hizo caso omiso del marqués, y volvió su atención a Lady Ralston. –Le pido disculpas, mi señora. –
La marquesa era todo bondad.
–No hace falta, Su Gracia. De hecho, el tiempo extra  nos ha ofrecido a todos la oportunidad de charlar. –
El recordatorio de la colección de los hombres que rodeaban implacablemente a Juliana volvió su atención hacia allí, y vio, cuidadosamente ocultando sus pensamientos como un primer  hombre, y luego los siguientes  se despegaban del grupo a sentarse– dejando en última instancia sólo al conde de Allendale ofreciéndole su brazo a Juliana.
Vestida con el traje más magnífico que Simón hubiera visto nunca.
No era de extrañar que los otros hubiesen estado tan extasiados.
El vestido era un escándalo en sí mismo, de seda del color de la medianoche que brillaba a su alrededor bajo la luz de las velas, dándole la ilusión de estar envuelto en el cielo nocturno. Era una combinación de los más oscuros rojos y azules y morados que daban la apariencia de que llevaba el más rico de los colores y al mismo tiempo no había ningún color en absoluto. El corpiño estaba cortado  demasiado bajo, mostrando una amplia extensión de su piel de color blanco cremoso, claro, prístino y tentador–que le hacía desear que se acercara. Para poder tocarla.
Llevaba el vestido con una audaz confianza que ninguna otra mujer en la sala–ni en todo Londres–habría sido capaz de lucir.
Ella sabía que vestir de negro podría causar una escena. Sabía que iba a hacer que la miraran como una diosa. Sabía que podía dirigir a un hombre– manipularlo a él mismo– llevarlo a desear nada más que despojarla de ese  glorioso vestido y reclamarla.
Simón sacudió ese pensamiento incorrecto  de su cabeza y le inundó  un intenso impulso de quitarse el abrigo y ponérselo a ella como un escudo a las miradas codiciosas de los otros hombres.
Seguramente Ralston sabía que este vestido era totalmente inadecuado. Seguramente sabía que su hermana estaba alentando el peor tipo de atenciones. Simón pasó una mirada sobre el fresco marqués, sentado a la cabecera de la mesa, con la apariencia de  saber tal cosa.
Y luego, Juliana  fue pasando a su lado, como  un susurro de  seda y grosellas rojas, acompañada por el conde de Allendale, para tomar su propio asiento en el centro del banquete extenso y pródigo, sonriendo a los caballeros congregados en la mesa, quienes inmediatamente dirigieron su atención hacia ella.
Quería tomar  a cada uno de los hombres y retarlos por sus miradas impropias.
Tendría que haber rechazado la invitación.
Cada momento que estaba con esta mujer impetuosa, e imposible, sentía que su control se dormía.
Él no  estaba preocupado por esa sensación.
Él se sentó al lado de la marquesa de Ralston, en el lugar de honor que se había reservado para él como el duque invitado que no era familiar. Pasó los tres primeros cursos de una conversación cortés con Lady Ralston, Rivington, y su hermana, lady Margaret Talbott. Mientras comían, Simón intentó hacer caso omiso de la actividad en el centro de la mesa, donde un grupo de caballeros, que superaban en número a las mujeres en la cena–intentaba llamar la atención de Juliana.
Era imposible para él hacer caso omiso de Juliana, sin embargo, mientras ella se reía y bromeaba con los otros hombres alrededor de la mesa, regalándoles  su amplia sonrisa, y su bienvenida con  los ojos brillantes. En su lugar, mientras que la mitad participaba en la conversación junto a él, Simón seguía en silencio todos sus movimientos. Ella se inclinó hacia los hombres al frente de ella en la mesa–Longwood, Brearley, y
West, cada una sin título y hechos a sí mismos–, cada uno de ellos trantando más fuerte que el otro de obtener su atención.
West, el editor de la Gaceta, la estaba entreteniendo con una historia estúpida sobre un periodista y un carnaval en la calle.
“– Voy a decir esto, al menos, él le devolvió el sombrero!¨ –
–El sombrero del reportero? – Longwood le preguntó, como si los dos estatuvieran en un espectáculo ambulante.
–La gorra del oso! –
Juliana estalló en risas junto con el resto del tonto grupo.
Simón volvió a concentrarse en su plato.
¿Era que no podrían encontrar aristócratas con que unirla? No era como si ella necesitara caer tan bajo como para casarse con un plebeyo.
Durante la cuarto parte de la conversación en la cena, la atención de Juliana se centró casi en su totalidad en Lord Stanhope, quien sería un partido terrible, conocido por sus amores gemelos: los juegos de azar y las mujeres. Para ser justos, él siempre ganaba en el juego, pero seguro que Ralston no quería que su hermana se casara con un libertino empedernido.


Echando una mirada de soslayo al marqués, parecía estar igual de entretenido por Stanhope, Simón se dio cuenta del problema con su lógica. Los libertinos disfrutaban de la compañía de otros libertinos. Él hizo todo lo posible para centrarse en la carne de ternera durante todo el curso del quinto plato, fingiendo no darse cuenta del largo y grácil cuello de Juliana y de su mandíbula.
Sumariamente haciendo caso omiso del deseo de poner sus labios en el lugar donde se unían  su cuello con el hombro, ese lugar que olería a ella, cálida y suave y rogando por su lengua.
Sabía que no debería sentir eso, pero todo en ella lo atraía. Ella era una sirena. Si no tenía cuidado, se ahogaría en ella.
Un estallido de risas lo trajo de vuelta hasta el momento, para el evento. La conversación se había desplazado desde la temporada de otoño, a la política, al arte y la música, los caballeros colgados de cada palabra cadenciosa que decía Juliana. El conde de Allendale estaba entreteniendo la corte, deleitando a toda la mesa con los cuentos del  cortejo del Señor y la Señora Ralston. Juliana escuchaba con gran atención, su mirada brillante no se despegaba de Allendale, y una punzada de malestar estalló profunda en las entrañas de Simón.
¿Qué se sentiría ser la fuente de tal atención?
Ser el hombre que provocaba una respuesta tan vibrante?
 Tal aprobación?
–Baste con decir que yo nunca había visto a dos personas tan destinados el uno al otro, – Allendale, dijo, su mirada se deslizó como un suave toque demasiado prolongado sobre Juliana de manera que Simón notó que a él le importaba.
Juliana sonrió. –Es una lástima que a mi hermano le tomara tanto tiempo darse cuenta de ello. –
El conde se unió a su sonrisa mientras el resto de la mesa se echó a reír. Era la segunda vez que Simón había visto a Allendale prestar especial atención a Juliana, y no se le escapó que el tema era apropiadamente romántico para cualquier acercamiento en ciernes entre los dos.
Simón se recostó en su silla.
Ella era una elección equivocada para Allendale. Él tenía muy buen carácter. Era demasiado genial. Ella lo  atropellaría antes de que él se hubiera dado cuenta que le había golpeado.
Él no era lo suficientemente hombre para ella.
Simón miró a Ralston, con la esperanza de que el marqués hubiera visto el cambio dudosa de relación entre su hermana y su cuñado–, pero Ralston sólo tenía ojos para su esposa. Levantó su copa y brindó por su esposa. –Estoy tratando de compensarla por ello. –Simón miró hacia otro lado, incómodo con el afecto evidente entre el marqués y la marquesa.
 Su atención se volvió a Juliana, sus ojos azules se ablandaron cuando vio ese momento íntimo.
Un momento demasiado íntimo.
Él no pertenecía a este lugar. No con ella. No con su familia y la forma en que se sentían todos tan a gusto–, de hablar libremente, incluso en una cena formal, de alguna manera hacían que todos los asistentes se sintieran muy cómodos.
Muy distintos a su propia familia.
Tan atractiva.
No era para él.
Con un rubor en las mejillas, la marquesa levantó su propio vaso.
–Ya que todos estamos brindando, creo que es justo brindar por Su Gracia y por su papel en el rescate de nuestra Juliana, ¿no le parece, mylord? –Las palabras, proyectadas en la mesa de su marido, tomaron por sorpresa a Simón, antes de su matrimonio, Lady Calpurnia Hartwell había sido una “florero” de primera clase que nunca llamaba tanta atención.  Ahora ella había encontrado su voz.

Ralston levantó la copa. –Una idea maravillosa, mi amor. Por Leighton. – Con agradecimiento.
Alrededor de la mesa, los caballeros levantaron las copas y bebieron en honor a Simón, y él se debatía entre el respeto por la forma en que esta familia manipulaba la sociedad, dando sus gracias totalmente públicas y en las que la aventura de Juliana eliminaba efectivamente el viento de las malas lenguas – y una irritación en ciernes porque él había sido tan bien y realmente utilizado.
.La duquesa de Rivington se inclinó hacia él con una sonrisa de complicidad, interrumpiendo sus pensamientos. –Considérese bastante advertido, Su Gracia. Ahora que usted ha salvado la vida de uno de nosotros, no será capaz de escapársenos! –
Todos se rieron. Todos, excepto Simón, que forzó una sonrisa amable y tomó un trago.
–Lo admito, lo siento por Su Gracia, – intervino Juliana, una ligereza en su tono de voz que él no estaba dispuesto del todo a creer. –Me imagino que él tenía la esperanza de que su heroísmo le ganaría algo más que nuestra compañía constante. –
Odiaba esta conversación.
Con una mirada afectada de aburrimiento ducal, dijo,–No había nada de heroico. –
–Su modestia nos deja al resto de nosotros en la vergüenza, Leighton, – Stanhope gritó jovialmente. –Al resto de nosotros nos encantaría aceptar el reconocimiento de una bella dama. –
Una bandeja fue puesta en frente a él, y él hizo un intento de cortar un trozo de cordero, haciendo caso omiso de Stanhope.
–Háblanos de la historia – dijo West
.–Yo preferiría que no hiciéramos un mito de ella, Sr. West, – dijo, forzando una sonrisa. –En particular, no a un periodista. Ya he tenido suficiente de la historia, para mí mismo. –
La declaración fue recibida con una ronda de disentimiento por el resto de los asistentes a la cena, cada uno pedía un recuento.a Simón que permaneció en silencio
.–Estoy de acuerdo con Su Gracia –. La charla ruidosa alrededor de la mesa se calmó con la declaración suave, en acento italiano, y Simón, sorprendido, levantó su mirada para reunirse con la de Juliana. –No hay mucho más que eso, que él me salvó la vida. Y sin él – Hizo una pausa.
Él no quería que ella terminara la frase.
Ella objetó con una sonrisa. –Bueno–Es suficiente decir que le estoy muy agradecida de que usted llegara al parque por la tarde – ella volvió a concentrarse en el resto del grupo con una mirada – y aún más agradecida de que él supiera nadar. –
La mesa entera estalló en una risa colectiva ante sus palabras, pero apenas lo oyó. En ese momento, no había nada que no diera por estar a solas con ella, un hecho que lo sacudió hasta la médula.
–Oye oye, – dijo Allendale, levantando su copa. –Por el duque de Leighton. –Alrededor de la mesa, las copas se levantaron, y él evitó los ojos de Juliana por miedo a delatar mucho de sus pensamientos.
–A pesar de que tendré que reconsiderar mi opinión sobre usted, Leighton, – Ralston dijo irónicamente. –Gracias. –
–Y ahora, se ha visto obligado a aceptar no sólo  nuestra invitación a cenar, sino también nuestra gratitud, – Juliana dijo desde el otro lado de la mesa.
Todo el mundo se echó a reír unidos para romper la seriedad del momento. Todos, a excepción de Juliana, que rompió el contacto con sus ojos, mirando hacia abajo a su plato.
Él consideró el pasado entre ellos, las cosas que se habían dicho, las formas en que ellos habían arremetido en contra del otro, esperando arañar y no cicatrizar. Él oyó sus palabras, la forma cortante con la que le había hablado a ella, la forma en que la había empujado a un rincón hasta que ella no tuviera más remedio que arrodillarse o atacar.
Ella había luchado, orgullosa y magnífica.
Y de repente, él quiso  decírselo.
Él quería que ella supiera que a él no le parecía común, o infantil, o problemática.
La encontraba bastante notable.
Y quería volver a empezar.
Si no por otra razón, si porque ella no se merecía su crítica.
Pero quizás era más que eso.
Si sólo fuera tan fácil.
La puerta del comedor se abrió y un viejo sirviente entró, discretamente, moviéndose hacia Ralston. Se inclinó hacia abajo y le susurró algo al oído de su amo, y Ralston se congeló, dejando caer su tenedor audiblemente. La conversación se detuvo. Cualquiera que fuera la noticia del criado, no era buena.
El marqués estaba lívido. La Señora Ralston se puso al instante de pie, rodeando la mesa hacia su marido, sin preocuparse por sus invitados.
Muy cerca de hacer una escena.Juliana dijo, con preocupación en su voz.
–¿Qué es? ¿Es Nick? –
–Gabriel? –Las cabezas se volvieron todas juntas hacia la puerta, a la mujer que había hablado el nombre de Ralston.
–Dio –. El susurro de Juliana era apenas audible, pero él lo escuchó.
–Quién es ella – Simón no registró quién hizo la pregunta. Él estaba demasiado centrado en el rostro de Juliana, en el miedo, la ira y la incredulidad.
No estaba centrado en su respuesta, susurrada en italiano.
–Ella es nuestra madre. –Ella tenía el mismo aspecto. Alta y esbelto, y como intocable, como lo había sido la última vez que Juliana la había visto. Al instante, Juliana tuvo de nuevo diez años más, cubierta de chocolate mientras descargaban la carga en el muelle, persiguiendo a su gato a través de la ciudad vieja y en la casa, llamando a su padre desde el patio central, con la luz del sol derramándose a su alrededor. Una puerta se abrió, y su madre salió a la terraza superior, el retrato de desinterés.
–Silenzio, Juliana. Las damas no gritan. –
–Lo siento, mamá. –
–Lo debes sentir –. Louisa Fiori se inclinó sobre el borde del balcón. –Estás muy sucia. Es como si yo tuviera un hijo en lugar de una hija –. Agitó una mano perezosamente hacia la puerta. –Ve de nuevo al río y lavate antes de entrar en la casa. –Se dio la vuelta, y el dobladillo de su vestido rosa pálido desapareció por las puertas dobles más allá de la casa. Fue la última vez que Juliana había visto a su madre. 
Hasta ahora.
–Gabriel – su madre repitió, entrando en la habitación con serenidad absoluta, como si no hubieran pasado veinticinco años desde que ella había organizado sus propias comidas en esta mesa. Como si no estuvieran siendo vigilados por una sala llena de gente.
No es que tal cosa la hubiera detenido. Ella siempre había adorado tener la atención. Entre más escandalosa, mejor. Y esto sería un escándalo. Nadie recordaría el Serpentine mañana.
Ella levantó las manos. –Gabriel, – no había satisfacción en su voz. –Vaya, en que hombre te has convertido. El marqués! –Ella estaba detrás de Juliana, y no se había dado cuenta que su hija también estaba en la habitación. Hubo un rugido en los oídos de Juliana, y ella cerró los ojos para evitarlo. Por supuesto, su madre no la había notado.
 ¿Por qué ella esperaría tal cosa?
Si lo hubiera hecho, habría buscado Juliana. Ella habría dicho algo. Ella hubiera querido ver a su hija. No es cierto?
–Oh! Parece que he interrumpido una especie de cena! Supongo que debería haber esperado hasta mañana, pero yo simplemente no podía soportar estar lejos de casa un poco más. –
Casa.
Juliana se estremeció ante esas palabras. Los hombres alrededor de la mesa se levantaron, sus maneras llegaron tarde, pero llegaron.
–Oh, por favor, no se levanten por mí, – la voz llegó de nuevo, implacable, chorreando Inglés puro y matizado con una pizca de algo más, el sonido de la astucia femenina.
–Me limitaré a irme a una sala de recepción hasta que Gabriel tenga tiempo para mí. –La declaración terminaba con una cadencia de diversión, y Juliana abrió los ojos ante el sonido chirriante, volviendo la cabeza sólo un poco para ver a su hermano, la mandíbula armada de valor, y el hielo en su mirada azul fría. A su izquierda estaba Callie, con los puños apretados, furiosa. Si Juliana no hubiera estado a punto de convertirse en una desquiciada, habría sido divertido ver a su cuñada, dispuesta a matar dragones por su marido.
Su madre era un dragón, si alguna vez hubo uno.
Hubo una pausa enorme, el silencio gritando en la habitación hasta que Callie habló.
–Bennett, – dijo, con una calma sin precedentes,– acompañas a la señora Fiori a la sala verde? Estoy segura de que el marqués irá en un momento. –El viejo mayordomo, por lo menos, parecía entender que había sido el mensajero de lo que estaba seguro iba a ser el mayor escándalo de Londres que se  había visto hasta entonces... así, desde la última vez que Londres había visto a Louisa Hathbourne San Juan Fiori.
.–La señora Fiori – dijo su madre con una sonrisa–tan brillante como Juliana la recordaba. –Nadie me ha llamado así desde que salí de Italia. Sigo siendo la marquesa de Ralston, o no? –
–Usted no es –. La voz de Ralston era frágil, con ira contenida.
–Estás casado? ¡Qué maravilla! Simplemente tendré que ser la marquesa viuda, entonces! –Y con esa simple frase, Juliana no pudo respirar. Su madre acababa de renunciar a una década de matrimonio, un esposo, una vida en Italia.Y a su propia hija. Frente a una docena de personas que no dudarían en contar el cuento. Juliana cerró los ojos, deseando a sí misma a permanecer en calma. Concentrándose  en la respiración, más que el hecho de que su legitimidad, con unas pocas palabras de una mujer olvidada hace mucho tiempo, había sido puesta en duda.
Cuando volvió a abrir sus ojos, se encontró con la mirada que ella no deseaba ver.
El duque de Leighton no estaba mirando a su madre. Estaba mirando a Juliana. Y odiaba lo que veía en sus normalmente fríos, ojos de color ámbar ilegibles.
Lástima.
La vergüenza corría por ella, enderezando la espalda y con sus mejillas ardiendo. Sintió que debía estar enferma. Ella no podía permanecer en la sala un momento más. Ella tenía que abandonar este lugar. Antes de que hiciera algo totalmente inaceptable.
Se puso de pie, empujando su silla hacia atrás, sin importarle que las damas no salían de la mitad de la  mesa, sin importarle que ella estaba rompiendo todas las reglas de la ridícula etiqueta de este ridículo e país.
Y huyó.
La cena se disolvió casi de inmediato a la llegada de la marquesa viuda o señora de Fiori, o quienquiera que fuese, y el resto de los asistentes habían hecho retiros apresurados, aparentemente para darle tiempo a la familia y espacio con el que hacer frente a su llegada devastadora, pero mucho más probablemente con la esperanza de comenzar la difusión de sus relatos en primera persona de la dramaturgia de esta noche.
Simón sólo podía pensar en Juliana: en su rostro mientras escuchaba la estridente risa de su madre, en sus ojos enormes y expresivos, mientras la mala mujer había hecho el escandaloso pronunciamiento de que ella no era una Fiori, ni una St. John, de la forma en que había dejado la habitación, con sus hombros cuadrados y la columna vertebral recta, con un orgullo impresionante, notable.
Vio cómo los medios de transporte de los invitados rodaban por la calle, escuchando a medias como el duque y la duquesa de Rivington discutían si debían o no permanecer o dejar a su familia en paz.
Mientras ellos se subían a su coche, Simón oyó a la duquesa preguntar en voz baja si,–al menos debería ir con Juliana? –
–Dejala esta noche, amor, – fue la respuesta del idiota de Rivington antes de cerrar la puerta, y el carro partiera en la dirección de su casa.
Simón apretó los dientes.
Por supuesto que deberían haber buscado a Juliana. Alguien tenía que asegurarse de que la joven no estaba planeando un regreso a Italia en la medianoche.
No sería él, por supuesto. Se subió a su propio carruaje– con la memoria llena de ella en otra noche escandalosa.
Ella no era su preocupación.
Él no podía permitirse un escándalo. Él tenía su propia familia de que preocuparse. Juliana estaba bien. Debería estarlo, por lo menos.
La mujer tenía que ser impermeable a la vergüenza por ahora.
Y si ella no lo era?
Con una maldición malvada, golpeó en el techo del coche y pidió al cochero que diera la vuelta. Ni siquiera se preguntó donde estaría.
Ella estaba en los establos.
Había varios mozos de cuadras vagando fuera, y vinieron de inmediato a sus pies a la vista del duque de Leighton. Él les devolvió el saludo y entró en el edificio, sin pensar en otra cosa que no fuera en  la búsqueda de ella. No ocultó sus pasos mientras se abría camino por la larga fila de puestos a donde estaba, después de oír los susurros en italiano y el susurro suave de la ropa. Se detuvo justo a las afueras de la puerta del establo, transfigurado por ella.
Estaba de espaldas a él, y mientras cepillaba el caballo con un cepillo de cerdas duras, con cada golpe corto, y fuerte tomaba un pequeño soplo de aire. Periódicamente, la yegua se voltaba y se inclinaba hacia su señora, volviendo la cabeza para pedir atención extra. Cuando Juliana acarició el hocico largo del blanco animal, el caballo no pudo contener su placer, acariciando el hombro de Juliana con un resoplido. Simón no podía culpar al animal por acicalarse con afecto.
–Ni siquiera se dio cuenta que yo estaba allí, – Juliana susurró en italiano mientras ella razaba su camino por la ancha espalda de la yegua. –Y si yo no hubiera aparecido, si yo nunca hubiese venido aquí, no habría reconocido su tiempo conmigo en absoluto. –Hubo una pausa, el único sonido que hubo fue el roce de su vestido de seda negra,  contra su susurro suave, y triste, y su corazón estaba con ella. Una cosa era ser abandonado por una madre, pero el golpe mas duro debía ser tener que oír que su madre rechazara la vida que habían compartido.
El sonido del cepillo se desaceleró. –No es que me importe si ella lo reconoce en absoluto. –Oyó la mentira en las palabras, y algo más profundo que le oprimió en el pecho, dificultándole la respiración.
–Tal vez ahora podamos volver a Italia, Lucrecia –. Ella puso su frente en el hombro negro y alto del caballo. –Tal vez ahora Gabriel sabrá que mi estancia aquí fue una idea terrible. –Las palabras susurradas, de manera honesta, tan llenas de dolor y pesar, estuvieron cerca de arruinarlo. Desde el momento en que él la había conocido, había pensado que le gustaba el escándalo y que la seguía a todas partes. Pensaba que lo abrazaba, que lo invitaba. Pero, mientras estaba de pie en este establo oscuro, mirándola cepillar el enorme caballo, vestida con un traje increíblemente hermoso y desesperada por escapar de alguna forma de los acontecimientos de la noche, Simón fue superado con una solo conocimiento.
El escándalo no era su elección. Era su carga.
Sus palabras irónicas y su cara valiente no eran confirmaciones de placer, sino un instinto de conservación. Ella era tan víctima de las circunstancias como él. La conciencia le golpeó como un puño en el estómago. Pero eso no cambiaba nada.
–Apuesto que tu hermano no te permitió salir, – dijo en italiano.
Juliana se giró hacia él, y él se vió el miedo y el nerviosismo en sus grandes ojos azules un instante,  antes de desaparecer, sustituidos por la irritación.
Su fuego no se había ido
.–Cuánto tiempo ha estado allí?– le preguntó en Inglés, dando un paso atrás, y apretándose contra el lado del caballo, que eludió una vez y dio un relincho angustiado. Él se quedó quieto, como si acercándose a ella le asustaría.
–Lo suficiente. –Su mirada se precipitó alrededor de la plaza, como si estuviera buscando una vía de escape. Como si estuviera aterrorizada de él. Y entonces pareció recordar que ella no estaba aterrorizada de nada. Sus ojos se estrecharon sobre él, en un azul hermoso.
–El espionaje es un hábito terrible. –Se apoyó en la jamba de la puerta, dándole espacio. –Puede añadirlo a mi lista de rasgos desagradables. –
–No hay suficiente papel en Inglaterra para mencionarlos todos. –
Él arqueó una ceja. –Usted me hiere. –Ella frunció el ceño, volviéndose hacia el caballo. –Ojalá fuera así. ¿No tienes un lugar donde estar? –
Por lo visto, iba a ser de esta manera. Ella no quería hablar de los acontecimientos de la noche. Él la observó mientras ella reanudó los movimientos largos y firmes en los flancos del caballo.
 –Fui invitado a una cena, pero terminó temprano. –
–Eso suena terriblemente aburrido, – dijo, con voz seca como la arena. : ¿No debería usted estar en su club? Relatando el golpe devastador a nuestra reputación a otros aristócratas arrogantes en una nube de humo de cigarro, bebiendo whisky robado en el norte del país? –
–Qué sabe usted sobre el humo de cigarro? –Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.
–No tenemos esas normas restrictivas en Italia. –Era su turno para la resequedad.
–En serio? No lo había notado. –
–Yo lo digo  bastante en serio. Seguro que tiene algo mejor que hacer que estar en las caballerizas y verme limpiar a mi caballo. –
–En un vestido de noche. –El vestido más increíble que jamás había visto.
Ella hizo un pequeño encogimiento de hombros.
–No me diga que hay una regla sobre eso, también. –
–Una regla sobre las damas que llevan vestidos de noche para limpiar a los caballos? –
–Sí. –
–No con tantas palabras, no. –
–Excelente –. Ella no detuvo sus movimientos.–Dicho esto, debo decir que nunca he visto a una dama tan bien vestida preparar a un caballo. –
–Todavía no. –Él hizo una pausa. –Perdón? –
–Todavía no ha visto a una daba hacerlo. Creo que esta noche ha quedado bien claro que no soy una dama, no es así? – Ella se inclinó y tocó el mechón de pelo de la yegua, luego inspeccionó  un casco. –Yo no tengo la clase de acciones necesarias para merecer ese honor. –
Y con eso, la conversación giró, y el aire de la habitación se volvió pesado.
Ella se volvió hacia él, mirándolo con seriedad.
–Por qué ha venido a buscarme? –Que lo asparan si lo sabía.–¿Cree que ahora que nuestra madre está de vuelta, usted puede venir a mí en los establos, y yo me comportaré de la manera en que ella siempre lo hizo – Las palabras quedaron flotando entre ellos, insolentes y desagradables, y Simón quiso sacudirla por pronunciarlas. Para disminuir su preocupación. Por sugerir que ella no era nada mejor de que su madre había sido.
Ella siguió adelante. –O tal vez no pudo resistir la oportunidad de enumerar las formas adicionales que soy mercancía dañada después de esta noche? Le aseguro, no hay nada que pueda decir que no haya yo misma considerado. –Se lo merecía, él lo suponía, pero no podía dejar de defenderse a sí mismo. ¿Realmente pensaba que él iba a aprovechar esta oportunidad–esta noche en su contra?
–Juliana, yo – Dio un paso hacia ella, y ella levantó una mano para detener su movimiento.
–No me diga que esto lo ha cambiado todo, Leighton. –Nunca lo había llamado así.
Su gracia, con ese tono burlón que lo ponía al instante en el borde. O Simón. Pero ahora, con toda seriedad, ella usó su título. El cambio lo inquietaba. Ella se rió, el sonido frío y quebradizo, y por completo indiferente. –Por supuesto que no. Esto no ha hecho mas que subrayar lo que ya sabes. Todo lo que usted ha sabido desde el principio. ¿Cómo es que dice? Yo soy un escándalo a punto de ocurrir – Ella inclinó la cabeza, fingiendo una profunda reflexión. –Tal vez ya ha sucedido. Pero, si hubiera alguna duda, la mujer que estaba en ese comedor era más que suficiente, ¿no es cierto – Hubo un largo silencio antes de añadir, en italiano, en voz tan baja que era inseguro de haberla oido, – Ella ha echado todo a perder. Una vez más. –Había una tristeza devastadora en las palabras, una tristeza que se hizo eco a su alrededor hasta que no pudo soportarlo.
–Ella no es usted, – dijo en su lengua, como si hablar en italiano pudiera hacer que ella lo creyera. Ella no lo creería, por supuesto. Pero lo hizo.
Sciocchezze – Sus ojos brillaban con lágrimas de rabia, mientras ella se resistía a sus palabras, calificándolas de tonterías mientras se alejaba, dandole la espalda. Estuvo a punto de no escuchar el resto de lo que dijo, perdido en el silbido duro del cepillo. –Ella es de donde vengo. Ella es lo que seré,  ¿no es así cómo va? –Las palabras lo atravezaron, haciéndolo sentir furioso con ella sin razón por pensar en ellas, y se acercó a ella, incapaz de parar.
Ella se volvió hacia él, y lo miró a los ojos. ¿Por qué dices eso – Oyó la aspereza en su voz. Trató de borrarla. Pero no pudo. –¿Por qué piensas eso? –Ella se rió, el sonido áspero y sin humor. No–soy la única. ¿No es eso lo que usted cree? ¿No son esas las palabras con que los aristócratas como usted viven? Vamos, Su Gracia. He conocido a su madre –.
 Luego, en Inglés,–La sangre saldrá a la luz, no es así? –Se detuvo. Eran palabras que había escuchado innumerables veces–una de las frases favoritas de su madre.
–¿Ella te dijo eso? –
– Usted también me lo dijo – Ella levantó la barbilla, orgullosa y desafiante.
–No. –Uno de los lados de su boca arqueado hacia arriba.
–No con tantas palabras. Pero eran ciertas para usted, ¿no? Mirando hacia abajo a los seres inferiores a usted desde lo alto. La sangre saldrá a la luz es el lema mismo del duque del desdén. –
El duque del desdén.
Lo había oído antes, por supuesto, el epíteto que se murmuraba a su paso. Nunca había simplemente pensado mucho en ello. Nunca se dio cuenta de lo acertado del nombre. Nunca se dio cuenta de la verdad de ello. La emoción era para las masas. Siempre había sido más fácil ser el duque del desdén que dejarlos ver el resto de él. La parte que no era tan desdeñosa. Odiaba que Juliana supiera el apodo. Odiaba que ella pensara en él de esa manera. Se encontró con su mirada azul brillante y leyó su rabia y la actitud defensiva allí. Podía hacer frente a las respuestas de ella. Pero no a su tristeza. No podía soportar su tristeza. Leyó sus pensamientos, y sus ojos brillaron de furia.
–No. No se atreva a compadecerse de mí. Yo no lo quiero –. Trató de librarse de su control. –Prefiero tener su desinterés. –Le sorprendió oírle decir esas palabras.
 –Mi desinterés? –
–Eso es lo que es, ¿no? Aburrimiento? Apatía? –
Ya había tenido suficiente.
–Crees que mis sentimientos hacia ti son apáticos? – Su voz tembló, y avanzó hacia ella. –Crees que me aburres? –Ella parpadeó bajo el calor de sus palabras, dio un paso atrás hacia un lado de la cabina.
–No lo hago? –Él movió la cabeza lentamente, caminando hacia ella, acechándola en el pequeño espacio.
 –No. –
Ella abrió la boca y luego la cerró, sin saber qué decir.
–Dios sabe que usted es exasperante... – El nerviosismo se encendió en los ojos de ella. –E impulsiva... – Su espalda chocó contra la pared, y ella dio un pequeño chillido, incluso a medida que él avanzaba. –Y totalmente desesperante... – Puso una mano en su mandíbula, levantando cuidadosamente su rostro hacia el suyo, sintiendo el salto de su pulso en los dedos. –Y completamente embriagadora... – Lo último salió como un gruñido, mientras sus labios se abrian, suaves y  rosados y perfectos.
Él se acercó más, sus labios a una fracción de los de ella.
–No... tú no eres aburrida. –

Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 8


Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke
Capitulo 8

La grosería es la última prueba de la perfección..
Una dama delicada guarda su lengua.
—Un tratado sobre la más exquisita de las damas

Los hallazgos más emocionantes en la modista no son las volutas de seda, sino los rumores de escándalo.
—La hoja del escándalo, Octubre 1823

–Las mujeres inglesas gastan mas tiempo comprando ropas que cualquier otras en todo Europa.–
Juliana se recostó en el sofá en la sala de montaje de la modista. Había pasado más horas de lo que quería admitir en esa pieza en particular de los muebles, tapizados en brocado escarlata que era bastante caro y sólo lo suficientemente audaz para hacerse eco de la propietaria de la tienda
–Usted nunca debe haber visto la tienda francesa, – la señora Hebert dijo secamente mientras hábilmente clavaba la encantadora sarga de arándano que estaba ajustando a la cintura Callie.
Mariana se echó a reír mientras inspeccionaba un árbol de hoja perenne de terciopelo.
–Bueno, no podemos permitir que los franceses sean mejores que nosotros en una actividad tan importante, ¿podemos – Hebert respondió con un gruñido, y Mariana se apresuró a tranquilizarla. –Después de todo, ya hemos ganado a la mejor costurera para nuestro lado del Canal. –
Juliana sonrió mientras su amiga evitaba un desastre diplomático.–Y, además, – continuó Mariana,–Callie pasó demasiado tiempo con una ropa horrible. Ella tiene mucho para compensar. Acabamos de comenzar la emoción... – Hizo una pausa. –Y tal vez una capa de invierno en este verde? –
–Su Gracia se ve hermosa en este terciopelo –. Hebert no levantó la vista de su trabajo. –Puedo sugerir un vestido nuevo en el dupioni para que coincida? Se verá como una reina en el baile de invierno. –
Los ojos de Mariana se iluminaron mientras Valerie sacaba la impresionante seda verde–más pesado que la mayoría de los verdes con una docena de diferentes brillantes a través de él.
–Oh, sí... – Susurró.
–Por supuesto que puede hacer tal sugerencia. –Juliana se rió de la reverencia en el tono de su amiga. –Y con eso, estamos aquí para otra hora, – anunció, mientras Mariana se dirigía detrás de una pantalla cercana a medirse.
–No demasiado apretado, – Callie dijo en voz baja a la modista antes de sonreír a Juliana.
–Si el otoño sigue siendo tan social como lo ha sido, no me puedo imaginar lo que vendrá con el invierno. Tu también vas a necesitar nuevos vestidos, ya sabes. De hecho, no hemos discutido lo que llevarás a tu cena. –
–No es mi cena –. Juliana se echó a reír. –Y estoy segura de que tengo algo adecuado. –
–Callie ha seleccionado una excelente cosecha de los Lores de Londres, Juliana, – Mariana cantó desde detrás de la pantalla. –Cada uno de ellos más elegible que el anterior. –
–Así que he escuchado. –
Callie inspeccionó la cintura de su vestido en el espejo.
–Y con todo, Leighton todavía no ha aceptado –. Ella miró a los ojos de Juliana en el espejo. –Incluyendo a Benedict. –Juliana hizo caso omiso de la referencia al conde de Allendale, sabiendo que no debía presionar a Callie sobre el evento.
–Sin embargo, Leighton–no viene? –Callie sacudió la cabeza.
–No está claro. Él simplemente no ha respondido –. Juliana se mordió la lengua, sabiendo que ella no debía presionar sobre el tema nunca más. Si él no quería asistir a la cena, para que estaban haciendo esta cena?
 –Estoy tratando de encontrar lo bueno en él... pero no es fácil. Ah, bueno. Tendremos un tiempo precioso sin él. –
–¿Quiere que Valerie le muestre algunas telas, señorita Fiori?– Hebert hablpo, como una excelente empresaria que ella era modista.
–No –. Juliana negó con la cabeza. –Tengo un montón de vestidos. Mi hermano no tiene que estar en bancarrota por mi culpa hoy en día. –Callie se encontró con la mirada de Juliana
 –No creas que no sé acerca de tus pequeños regalos en secreto a Gabriel. Tu sabes que él ama  comprarte ropa y todo lo que quieras. Y yo sé que todos sus libros nuevos y piezas de música vienen. –Juliana sonrió. Cuando ella se había ido a Inglaterra, sintiéndose totalmente desconectada de este nuevo mundo y de su nueva familia, había estado convencida de que sus medios hermanos la odiarían a ella, por todo lo que ella representaba–la madre que los había abandonado sin mirar hacia atrás cuando eran unos niños. No importaba que esa misma madre abandonó a Juliana, también. Excepto que había importado.
Gabriel y Nick la habían aceptado. Sin lugar a dudas. Y si bien su relación como hermanos continuó evolucionando, Juliana tuvo el aprendizaje más delante de lo más importante–lo que era ser una hermana. Y como parte de esa lección extremadamente placentera, ella y su hermano mayor, habían comenzado un juego de suerte, el intercambio de regalos con frecuencia. Ella sonrió a su cuñada, que había sido tan decisiva en la construcción de la relación entre su hermano y ella, y le dijo:
–No hay regalos hoy. Todavía estoy reservando la esperanza de que la temporada llegará a su fin antes de que requiera un guardarropa de invierno formal. –
–No digas esas cosas – dijo Mariana desde detrás de la pantalla. –Yo quiero una razón para usar este vestido! –Todas se rieron, y Juliana vio a la señora Hebert ingeniosamente envuelta en la tela del vestido de Callie sobre su parte media. Callie consideraba los pliegues de la tela en el espejo antes de decir:–Es perfecto. –Y así fue. Callie se veía preciosa.
Gabriel no sería capaz de mantener sus ojos fuera de ella, Juliana pensó con ironía.
–No demasiado apretado, – dijo Callie. Era la segunda vez que le había susurrado las palabras.
Su significado afloró.–Callie – Juliana dijo, con una mirada inocente a su cuñada en el espejo. Juliana inclinó la cabeza en una pregunta en silencio, y la ancha y encantadora sonrisa de Callie, fue la respuesta que necesitaba. allie estaba encinta. Juliana saltó de su asiento, la alegría estalló a través de ella.
Maraviglioso – Se acercó a la otra mujer y tiró de ella en un abrazo enorme. –No es de extrañar que no estás haciendo más compras de vestidos! –Su risa compartida atrajo la atención de Mariana desde detrás de la pantalla de preparación.
–Qué es lo que es maraviglioso ?– Asomó la cabeza rubia por todo el borde de la división. ¿Por qué te ríes – Ella entrecerró los ojos sobre Juliana. –Por qué estás llorando – Ella desapareció por un instante, y luego salió cojeando, agarrándose una media–larga de satén verde con ella, la pobre Valerie seguía detrás. –Lo que no se me olvida – Ella hizo un mohín. –Yo siempre echo de menos todo! –Callie y Juliana se rieron de nuevo hacia Mariana, y Juliana dijo, –Bien, debes decirselo.–
–Decirme qué?–
Las mejillas de Callie estaban en llamas, y fue sin duda deseando que no se encontraran en el centro de una sala de montaje con una de las mejores modistas de Londres, y Juliana no pudo contenerse. –Parece que mi hermano ha cumplido con su deber. –
–Juliana – susurró Callie, escandalizada.
–Qué? Es cierto – dijo Juliana, simplemente, con un encogimiento de hombros y.Callie sonrió.
–Tu estás igual que él, ya sabes. –Había peores insultos que los que venían de una mujer que amaba con locura al hombre en cuestión. Mariana seguía poniendose al día.
–Hecho el–Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Callie – Ella empezó a brincar de emoción, y con gran sufrimiento Valerie tenía que correr por un pañuelo para proteger la seda de las lágrimas de Mariana.
Hebert salió de la habitación, ya sea para escapar de la asfixia en un abrazo rebelde o de ser atrapada en la batalla emocional, las dos hermanas se agarraron una a la otra y reían y lloraban, reían y charlaban y se reían y lloraban.
Juliana sonrió ante la imagen de las hermanas Hartwell hacían, ahora cada una tenía un matrimonio feliz y estaban tan profundamente conectadas entre sí, incluso cuando se dio cuenta de que no había lugar para ella en este momento de celebración. No les envidió su felicidad o su conexión. Ella simplemente quería tener también ese desenfreno, ese sentido de pertenencia indiscutible.
Se levantó de la sala de montaje a la sala de enfrente de la tienda, donde la señora Hebert había escapado momentos antes. La francesa estaba de pie en la entrada a una pequeña antecámara, bloqueando la vista a otro cliente. Juliana se dirigió a un muro de acentos de los botones y cintas, volantes y encajes. Ella pasó sus dedos a lo largo de la mercería, un botón de oro cepillado suave aquí, un cordón festoneado allá, consumida por las noticias de Callie. Habría dos nuevas incorporaciones a la familia, ya que la esposa del gemelo, Nick, Isabel, también esperaba un hijo.
Sus hermanos habían superado su pasado y sus miedos de repetir los pecados de su padre, y habían dado ese insondable salto de casarse por amor. Y ahora que tenían las familias. Madres y padres y niños que envejecerían en un conjunto feliz, cuidado.
 Usted nunca ha considerado en su vida el futuro, ¿verdad? nunca se ha imaginado lo que vendría después?
Las palabras que Leighton le dijo en el teatro hicieron eco en su mente. Juliana notó un bulto extraño en la garganta. Ya no podía darse el lujo de pensar en su futuro. Su padre había muerto y su mundo se había puesto patas arriba, enviada a Inglaterra y entregada a una familia extraña y de una cultura extraña que nunca la aceptaría. No había futuro para ella en Inglaterra. Y era más fácil, menos doloroso– no engañarse o imaginar una. Pero cuando vio a Callie y a Mariana mirando felizmente hacia su futuro idílico, lleno de amor y de niños y la familia y amigos, era imposible que no los envidiara. Tenían lo que ella nunca podría tener. Lo que nunca se le ofrecería.
Era debido a que estaba aquí, en este mundo aristocrático, donde el dinero, el título, la historia y la reproducción era más importante que cualquier otra cosa.
Ella levantó una larga pluma de un recipiente, que debía haber sido teñida, que nunca había visto negrura como en una nube tan grande. No podía imaginar que algún pájaro produciera tal cosa. Pero a medida que pasó los dedos por su suavidad, la pluma captó la luz del sol entrando en la tienda, y ella supo inmediatamente que era natural.
Era impresionante. En la luz de la tarde brillante, la pluma no era negra totalmente. Era una masa brillante de azules y morados y rojos tan oscuros que sólo daban la ilusión en la oscuridad. Era llena de color.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Le ruego me disculpe? –
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
–Así que amables y británicos, – dijo, continuando cuando Juliana le dio una media sonrisa. –– –La pluma que usted tiene. Es de una garza. –
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
No es de extrañar que no creyera en la pasión.
La duquesa estaba esperando que Juliana  mirara hacia otro lado. Al igual que su hijo, ella quería demostrar que su antiguo nombre y su nariz recta la hacían mejor que todos los demás. Ciertamente, la mirada firme parecía decir, que la hacía mejor que Juliana. Haciendo caso omiso de sus nervios, Juliana se mantuvo firme.–
Su Gracia, – dijo la señora Herbert, sin darse cuenta de la batalla de voluntades que tenía lugar en la sala del frente, mis disculpas por el retraso. ¿Le importaría ver el encaje ahora? –La duquesa no apartaba la mirada de Juliana.
–No nos han presentado, – dijo, las palabras fuertes y diseñadas para asustar. Eran un corte directo, con el objetivo de recordarle a Juliana de su impertinencia. En su lugar.Juliana no respondió. No se movió. Se negó a mirar hacia otro lado.
–Su Gracia – la señora Hebert miró a Juliana y a la duquesa, y viceversa. Cuando continuó, había incertidumbre en su voz. –Le presento la señorita Fiori? –Hubo una larga pausa, lo que podría haber sido segundos u horas, entonces la duquesa habló. –Usted no puede –. El aire parecía salir de la habitación con esa declaración imperiosa.
Ella continuó, sin quitar la mirada de Juliana. –Admito que tengo un poco de sorpresa, Hebert. Hubo un tiempo en que usted tenía una … clientela… mucho menos... común... –
Común.
Si la prisa en sus oídos no había sido tan fuerte, Juliana habría admirado el cálculo de la mujer mayor. Ella había escogido la palabra  perfecta que proporcionara el conjunto más rápido y más violento para humillarla.Común.El peor de los insultos de alguien que vivía la vida a lo alto. La palabra resonó en su cabeza, pero repetición, Juliana no oyó a la duquesa de Leighton. Oyó a su hijo. Y ella no pudo dejar de responder.
–Y yo siempre pensé que ella servía a gente mucho más civilizada –. Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y ella resistió el impulso de darse una palmada sobre su boca para no decir nada más. Si fuera posible, la columna vertebral de la duquesa se hizo aún más recta, y la  punta de su nariz aún más alta. Cuando habló, las palabras gotearon con aburrimiento, como si Juliana estuviera muy por debajo de su ella como para merecer una respuesta.
–Así que, es cierto lo que dicen. La sangre saldrá a la luz. –La duquesa de Leighton salió de la tienda, llevándose el aire con ella mientras la puerta cerrada, la campanilla sonó feliz irónicamente
.–Esa mujer es una arpía. –Juliana levantó la vista para ver a Mariana que iba en dirección a ella, la preocupación y la ira reflejadas en su rostro. Ella sacudió la cabeza. –Cree que las duquesas pueden comportarse como les plazca. –
–No me importa si ella es la reina. Ella no tiene derecho a hablarte de esa manera. –
–Y si ella fuera la reina, entonces ella podría realmente hablarme como le guste– dijo Juliana, pasando por alto el temblor en su voz.¿Qué había estado pensando al incitar a la duquesa después de todo?
Ese fue el problema, por supuesto. Ella no había estado pensando en la duquesa en absoluto. Había estado pensando en unos ojos de color ámbar intermitentes y un halo de rizos dorados y en una mandíbula cuadrada y un rostro inamovible que desesperadamente quería que se moviera. Y ella dijo lo primero que le vino a su mente.–No debería haber hablado con ella de esa manera. Si eso se supiera... sería un escándalo –.
Mariana sacudió la cabeza y abrió la boca para responder, casi con toda seguridad, con palabras tranquilizadoras, pero Juliana continuó con una pequeña sonrisa.
 –Está mal que no puedo dejar de sentir que se lo merecía? –Mariana sonrió.
–No, en absoluto! Ella se lo merecía! Y mucho más! Odio a esa mujer. No es de extrañar que Leighton sea tan rígido. Imagínate ser criada por ella.
–Hubiera sido horrible. En lugar de sentirse mejor, Juliana sintió un nuevo impulso. La duquesa de Leighton podría pensar que estaba por encima de Juliana y el resto del mundo conocido, pero ella no lo estaba. Y mientras que Juliana tenía poco interés en demostrarle nada a la odiosa mujer, ella se encontró pensando en como mostrarle al duque precisamente que era lo que realmente faltaba en su vida de frío desdén.
–Juliana – Mariana interrumpió sus pensamientos. –Estás bien? –Ella lo estaría.
Juliana empujó ese pensamiento a distancia, dirigiéndose a la modista normalmente imperturbable, que había observado la escena en estado de shock y de horror, y le ofreció una disculpa. –Lo siento, señora Hebert. Me parece que ha perdido un cliente importante. –
Eso fue honesto. Juliana sabía que Hebert no tendría más remedio que intentar volver a ganar el favor de la duquesa de Leighton. Uno no se limitaba a hacerse a un lado mientras una de las mujeres más poderosas de Londres llevaba su dinero a otra parte. Las repercusiones de este tipo de altercado podrían poner fin a la modista, si no se manejaban adecuadamente.
–Tal vez Su Gracia, – indicó a Mariana, y a la marquesa, – y le saludó con una mano en la dirección de la sala de montaje a Callie, pueden ayudar a reparar el daño que he hecho. –
–Ja – Mariana seguía furiosa. –Como si se fuera a rebajar a conversar con esa mujer – Hizo una pausa, y volvió a cubrir sus modales. –Pero, por supuesto, señora, con mucho gusto le ayudaré. –
La modista habló.
–No hay ninguna necesidad de reparación. Tengo un montón de trabajo, y no creo que por  la duquesa de Leighton vaya a sufrir mi clientela –. Juliana parpadeó, y la modista continuó. –Tengo a la duquesa de Rivington en mi tienda, así como a la esposa del marqués de Ralston. Para qué necesito a la anciana? –. Bajó la voz hasta un susurro cómplice. –Ella morirá pronto. ¿Qué es un puñado de años sin ella en mi negocio? –
El pronunciamiento fue tan descarado, tanto por lo que la materia de lo dicho como por el sentido que tenía. Mariana sonrió ampliamente, y Juliana soltó una risa incrédula.
 –He mencionado lo mucho que me encanta el francés? –La modista le guiñó un ojo.
–Nosotros, los extranjeros debemos estar juntos, no? –Juliana sonrió.
–Oui. –
–Bon –. Hebert asintió con la cabeza. –Y ¿qué pasa con el duque? –Juliana fingió no entender. –El duque? –Mariana le dirigió una mirada de largo sufrimiento.
–Oh, por favor. Eres terrible en el juego tímido. –
–El que le salvó la vida, señorita – dijo la modista, con acento burlón en su voz. –Él es un reto, no? –Juliana volvió la mirada a la pluma de garza en la mano, viendo como los colores brillantes y ocultos se revelaron antes de encontrarse con la mirada de la modista. –Oui. Pero no en la forma que usted piensa. No estoy detrás de él. Simplemente quiero... –
Sacudirlo hasta la médula.
Bueno, ciertamente no podía decir eso. Madame Hebert le había quitado la pluma de la mano de Juliana. Se trasladó a la pared de tejido en un lado de la tienda y se inclinó hacia abajo para retirar un rollo de tela. En cuanto sacó varios metros de la tela extravagante, miró a Juliana. –Creo que le debe permitir a su hermano que le compre un vestido nuevo. –La modista puso la pluma hacia abajo en el raso glorioso. Era escandaloso y apasionado y...Mariana se rió en su hombro, bajo y perverso.
 –Oh, es perfecto. –Juliana se encontró con la mirada de la modista. Esto lo dejaría sobre sus rodillas.–En cuánto tiempo lo puedo tener? –La modista la miró, intrigada. –Con qué rapidez lo necesita? –
–Él viene a cenar dentro de dos noches. –
Mariana se cuadró, sacudiendo la cabeza. –Pero Callie dijo que todavía no ha aceptado la invitación. –Juliana encontró los ojos de su cuñada, viendo más seguro su camino que nunca antes. –Le haré ir. –


–No es que no quiera que nuestras fuerzas armadas esten bien financiadas, Leighton, simplemente estoy diciendo que este debate podría haber esperado para el próximo período de sesiones. Tengo una cosecha para supervisar. –Simón lanzó una carta y volvió una mirada perezosa sobre su oponente, que llevaba un cigarro entre los dientes en un gesto elocuente de un pronto–a–ser perdedor. –Me imagino que es menos de la cosecha y más de la caza del zorro que estas tan reacio a perderte, Fallon. –
–Eso sí, no lo voy a negar. Tengo mejores cosas que hacer que pasar todo el otoño en Londres – El conde de Fallon descartó su puntuación irritado.
 –Usted no puede querer quedarse, tampoco. –
–Lo que quiero no está en cuestión, – dijo Simón. Era una mentira. Lo que quería era del todo en cuestión. Se aprobaría una sesión especial del Parlamento para discutir las leyes que rigen la cartografía y así mantendría a los visitantes fuera de la puerta de su casa de campo y evitaría que descubrieran sus secretos. Puso sus cartas sobre la mesa, boca arriba.
–Parece que usted debe pasar más tiempo en sus cartas que en la búsqueda de maneras de eludir sus obligaciones como un par. –Simón recogió sus ganancias, se levantó de la mesa, e hizo caso omiso de la maldición del conde cuando salía de la pequeña habitación en el más allá del corredor. La noche se extendía ante él, junto con las invitaciones para el teatro y mas de media docena de bailes, y él sabía que debía regresar a su casa de la ciudad, bañarse, vestirse y salir, cada noche se le veía como el retrato de la propiedad y elegancia, cada noche debía contribuir a garantizar el nombre de Leighton. No importaba que él asistiera a los rituales de la sociedad cansado. Así es como debía ser.
–Leighton. –El marqués de Needham y Dolby venía resoplando por la ancha escalera desde la planta baja del club, apenas capaz de recuperar el aliento cuando llegó al escalón más alto. Se detuvo, con una mano en la barandilla de madera de roble, e inclinó la cabeza hacia atrás, empujando su torso lo suficiente para tomar un gran aliento. Los botones del chaleco amarillo del marqués tensos bajo el peso de su circunferencia, y Simón se preguntó si el hombre de más edad necesitaría un médico.–Justo el hombre que estaba esperando ver – el marqués anunció una vez que se había recuperado. –Dígame, ¿cuándo va a hablar con mi hija? –Simón se reprimió, teniendo en cuenta su entorno. Era un lugar totalmente inadecuado para una conversación que le gustaría mantener en privado.
–Tal vez le gustaría unirse a mí en una sala de estar, Needham? –
El marqués no se dio por aludido. –Tonterías. No hay necesidad de mantener el tema en un lugar mas tranquilo! –
–Me temo que no estoy de acuerdo, – dijo Simón, deseando que los músculos de la mandíbula se relajaran. –Hasta que la dama esté de acuerdo –
–Tonterías – gritó el marqués bastante alto.
–Le aseguro, Needham, que no hay muchos que consideran una tontería mi pensamiento. Me gustaría que mantuviera esto en silencio hasta que yo haya tenido la oportunidad de hablar directamente con Lady Penélope. –La mirada de Needham se estrechó.
–Entonces será mejor que logre que se dé, Leighton –. Los dientes de Simón se apretaron reprimiendo las palabras. No le gustaba recibir órdenes. Sobre todo por un estúpida marqués que era un mal tirador. Y, sin embargo, parecía que no tenía muchas opciones. Él hizo un gesto brusco.–. –
–Eres un buen hombre. Buen hombre.  Fallon – el marqués llamaba desde la puerta de la sala de juego y esta se abrió y el rival de Simón salió al pasillo. –Usted no va a ninguna parte, muchacho! Tengo la intención de aligerarle los bolsillos! –La puerta se cerró detrás del corpulento marqués, y Simón le dio una oración en silencio deseando que él fuera tan malo en el juego como lo era en el tiro. No había ninguna razón para que Needham tuviera una buena tarde, después de tanto intentar arruinar a Simón.
El ventanal enorme que marcaba el centro de la escalera blanca que daba a la calle, y Simón se detuvo ante la luz de la tarde para ver los carros pasar por debajo de los adoquines y considerar su próximo movimiento. Debía dirigirse directamente a casa de Dolby y hablar con Lady Penélope. Cada día que pasaba, simplemente prolongaba lo inevitable. No era como si él no hubiera planeado casarse con el tiempo, era el curso natural de los acontecimientos. Un medio para un fin. Él necesitaba herederos. Y una anfitriona. Pero le molestaba tener que casarse  ahora. Le molestaba la razón. Un toque de color le llamó la atención en el lado opuesto de la calle, un brillante color escarlata mirando a través de la masa de colores apagados que cubrían los otros peatones en la calle St. James. Estaba tan fuera de lugar, Simón se acercó a la ventana para confirmar lo que había visto–una capa de un color rojo brillante y la capa a juego, una señora en un mundo de hombres. En la calle de un hombre. En su calle. A través de su club.
¿Qué mujer se pondría un capa roja en plena luz del día en St. James? La respuesta brilló un instante ante si cuando la multitud se despejó, y vio su rostro. Y al levantar la vista hacia la ventana, ella no podía verlo, no podía saber que estaba allí, estaba desequilibrado por la ola de incredulidad que corría a través de él. Porqué tal comportamiento audaz, temerario? ¿No le había dado una lección de infantilismo anoche mismo? Y las consecuencias?  Justo antes de que él le hubiera dicho que diera lo mejor de sí para ganar su apuesta. Este fue su siguiente movimiento. Él no lo podía creer. La mujer merecía ser puesta en las rodillas de alguien y recibir una paliza. Y él era el hombre para hacerlo. Fue inmediatamente tras ese movimiento, corriendo por las escaleras y haciendo caso omiso de los saludos de los otros miembros del club, apenas se obligó a esperar por su capa, sombrero y los guantes antes de salir por la puerta para atraparla cuando saliera a la escena y diera manchara su reputación. Sólo que ella no estaba en la calle. Ella estaba esperando, muy pacientemente, a través de la calle, con su doncella italiana,  a quien Simón se comprometió a ver en el siguiente barco de vuelta a Italia, como si toda la situación era perfectamente normal. Como si no se rompieran once diferentes reglas de etiqueta al hacerlo.Se dirigió directamente a ella, sin saber a ciencia cierta lo que iba a hacer cuando él la alcanzara.
Ella se dio la vuelta justo cuando él llegó.
–Usted realmente debe tener más cuidado al cruzar la calle, Su Gracia. Los accidentes de carro no son desconocidos. –Las palabras eran tranquilas y  hablaba como si estuvieran en una sala de dibujo en lugar de en la calle de Londres, donde estaban todos los clubes de los mejores hombres.
–que estás haciendo aquí? –Él esperaba que ella mintiera. Que dijera que había estado de compras y tomó un giro equivocado, o que ella había querido ver el palacio de St. James y simplemente estaba pasando, o que ella estaba buscando un coche de alquiler.
–Esperando por ti, por supuesto. –La verdad lo puso sobre sus talones.
–Por mí. –Ella sonrió, y se preguntó si alguien en el club le había drogado. Seguramente esto no estaba sucediendo. –Precisamente. –
–¿Tiene usted alguna idea de lo inadecuado que es para usted estar aquí? Esperando por mí? En la calle? – No pudo evitar la incredulidad de su tono. Odiaba que lo hubiera sacudido la emoción.
Ella inclinó la cabeza, y vio el brillo en sus ojos malvados. –Sería más o menos inadecuado para mí haber llamado a la puerta del club y solicitarle una audiencia? –Ella le estaba tomando el pelo. Tenía que ser. Y, sin embargo, él sentía que debía responder a su pregunta. En el caso.
–Más. Por supuesto. –Su sonrisa se convirtió en una carcajada.
–Ah, entonces prefiere este. –
–Prefiero no – Él explotó. A continuación, para darse cuenta de que estaban en la calle frente a su club, él la tomó del brazo y tomó la dirección a casa de su hermano.
–Camina.
–¿Por qué? –
–Porque no podemos permanecer de pie aquí. No se hace. –Ella sacudió la cabeza.
 Ella comenzó a caminar, su criada a la zaga. Se resistió al impulso de estrangularla, tomó una respiración profunda. –¿Cómo siquiera sabía que yo estaba aquí? –Ella arqueó una ceja. –No es como si los aristócratas tengan mucho que hacer, Su Gracia. Tengo algo que discutir con usted. –
–Usted no puede simplemente decidir discutir algo conmigo y realizarlo asi como asi –. Tal vez si le hablaba como si fuera una tonta, se conformaría con su ira.
– No, Porqué no? –Tal vez no.
–Porque no se hace! –Ella le dio una pequeña sonrisa. –Pensé que había decidido que le importa poco lo que yo haga –. Él no respondió. No confiaba en sí mismo para hacerlo. –Además, si usted decide que quiere hablar conmigo, es bienvenido a buscarme. –
–Por supuesto que soy bienvenido a buscarla. –
–Porque usted es un duque? –
–No. Porque soy un hombre. –
–Ah, – dijo–una razón mucho mejor. –¿Era eso sarcasmo en su voz?No le importaba.Él sólo quería llegar a su casa.
–Bueno, usted tampoco estaba planeando venir a mí. –condenadamente cierto.
 –No. Yo no lo estaba. –
–Y así que tuve que tomar el asunto en mis propios puños. –No debería ser divertido ver sus encantadores fracasos en el lenguaje. Era un escándalo ambulante. Y de alguna manera, él había llegado a convertirse en su escolta. No necesitaba eso.
–Manos, – la corrigió.
–Precisamente. –Él la ayudó a cruzar la calle en Park Lane hacia la casa de Ralston antes de preguntar, rápido e irritado,
–Tengo mejores cosas que hacer hoy que jugar a la niñera, Juliana. ¿Qué es lo que quieres? –Ella se detuvo, el sonido de su nombre colgando entre ellos.–Señorita Fiori –. Él se corrigió a sí mismo demasiado tarde. Ella sonrió. Sus ojos azules se encendieron con más conocimiento del que una mujer de veinte años debería tener.
–No, Su Gracia. Usted no puede echarse para atrás. –Su voz fue grave y cadenciosa, y apenas la notó  antes de que fuera llevada por el viento, pero él la oyó, y a la promesa que llevaba–una promesa que ella con seguridad no sabía como entregar. Las palabras se dirigieron directamente a su núcleo, y el deseo se disparó a través de él, rápido e intenso. Bajó el ala de su sombrero y caminó en dirección al viento, con el deseo de que las hojas de otoño soplara en su dirección y se llevara ese  momento.
–¿Qué quieres de mí? –
–Qué cosas tiene usted que hacer? –
Nada que realmente desee hacer.
Él se tragó ese pensamiento.
–Eso no es de su incumbencia. –
–No, pero tengo curiosidad. ¿Qué es eso  tan urgente que  un aristócrata tiene que hacer que no puede acompañarme a mi casa? –
No le gustaba la implicación que ella le daba a la frase, sugiriendo que él vivía una vida de ocio.
–Nosotros realmente tenemos propósitos,  sabe?. –
–De veras? –
Él la cortó con un vistazo. Ella le sonreía.
 –Usted me está provocando. –
–Tal vez. –Ella era hermosa. Irritante, pero hermosa.
–Así que? ¿Qué es lo que tiene que hacer hoy? –Algo en él se resistió a decirle que  había planeado visitar a Lady Penélope. Listo a proponerle matrimonio. En cambio,  le ofreció una mirada irónica.
–Nada importante. –Ella se rió, con un sonido cálido y acogedor.
Él no iba a ver a Lady Penélope hoy, tampoco.
Caminaron en silencio por unos largos momentos antes de llegar a la casa de su hermano, y él se volvió hacia ella, finalmente, recorriéndola con la mirada. Ella estaba vibrante y hermosa, sus mejillas  rosa  y los ojos brillantes, su capa roja y  el tocado inclinado eran en todo lo contrario a una perfecta dama  Inglesa. Había estado fuera, caminando audazmente a través del aire fresco de otoño, en lugar de estar adentro calentándose junto al fuego bordando y tomando el té. Como era probable que Penélope  estuviera haciéndolo en ese momento. Pero Juliana era diferente de todo lo que él había conocido. Todo lo que siempre había querido. Todo lo que él había estado buscando alguna vez. Ella era un peligro para sí misma... pero sobre todo, era un peligro para él. Un peligro hermoso, tentador que él encontraba  cada vez más irresistible.

–Qué es lo que desea?– le preguntó, las palabras salieron más suaves de lo que le hubiera gustrado.
–Deseo ganar nuestra apuesta,– contestó ella simplemente.
La única cosa que él no le podía dar. No se podía dar el lujo de darsela.
–Eso no sucederá.–









Ella levantó un hombro en un gesto poco elegante. –Tal vez no. Especialmente si no nos vemos. –
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y  es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.